2012

DIRECCIÓN: Roland Emmerich
TÍTULO ORIGINAL: 2012 (2009)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Roland Emmerich, Harald Kloser
FOTOGRAFÍA: Dean Semler
MÚSICA: Harald Kloser, Thomas Wanker
DURACIÓN: 158 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Parece un contrasentido, pero 2012 es un espectáculo visual en toda la extensión de la palabra, una orgía de 158 minutos de destrucción, y aún así es una película aburridísima que intenta poner en el centro de una tragedia global un melodrama familiar barato, que juzga más importante la reconciliación de un par de divorciados que los millones de muertos de una catástrofe.

Los mayas predijeron que nuestro mundo acabaría en el año 2012 —al menos esa es la idea de la que partimos en esta cinta—, de manera que cuando la fecha profética se acerca, el mundo entero comienza a experimentar un desequilibrio que lo hace calentarse en el centro y resquebrajarse como una mandarina en un microondas. El desastre arrasa de inmediato con los países en desarrollo, de modo que Roland Emmerich, director y guionista, se evita perder tiempo en el tercer mundo y se enfoca sólo en lo importante: Estados Unidos y sus aliados del G-8.

Más allá de que toda la trama está construida sobre un cúmulo de estupideces con ropaje científico (sería un insulto llamar a eso ciencia-ficción), lo único que ofrece 2012 es grupos de personas huyendo continuamente de la destrucción y salvando providencialmente la vida cada vez que parecen estar perdidos. La mayoría del tiempo, el foco está puesto sobre Jackson Curtis (John Cusack), un escritor divorciado que (oh, sorpresa) todavía ama a su exesposa y lucha por recuperar el amor de sus hijos, mientras el presidente de los Estados Unidos se sacrifica, otra vez, por sus conciudadanos.

Mientras en El Día de la Independencia, Emmerich imaginaba cómo sería el último esfuerzo de la raza humana por oponerse y sobrevivir a un ataque exterior, en un arranque de orgullo y de corazones inflamados de patriotismo, acá lo único que vemos es una nueva versión de El día después de mañana, pero con esteroides. Todo lo que los humanos hacen para garantizar la sobrevivencia tiene el aspecto de empresa destinada al fracaso y cada hazaña conseguida por los protagonistas parece una tomada de pelo tras otra.

De nuevo, no puedo cuestionar la espectacularidad de la cinta, pero reconozco que en cierto punto me descubrí cansado del aluvión de escenas catastróficas en las que el director, para no dejar, decide insertar algunos diálogos entre los actores. No hay un sólo rasgo de realidad en los milagrosos escapes de la familia protagonista o la pretendida "ingenuidad" e "inocencia" de los niños que en medio del desastre tienen ánimo para hacer preguntas tiernas.

Lo más difícil es no sentirse insultado por el hecho de que todos los personajes importantes terminen coincidiendo en un punto, así se trate del Himalaya, o por cómo Emmerich intenta conmovernos con un valiente perrito que logra llegar salvo a los brazos de su ama cruzando un abismo, mientras decenas de personas caen a éste.

Lo verdaderamente aburrido es que no hay un solo cliché que la cinta no repita (ni siquiera el reloj en cuenta regresiva) y que todo el tiempo uno sepa con absoluta certeza cómo se resolverá la escena. Acaso, la única escena que 2012 nos queda a deber como gran lugar común es la destrucción de Nueva York y la caída de la Estatua de la Libertad.

 

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