ALEJANDRO MAGNO

DIRECCIÓN: Oliver Stone
TÍTULO ORIGINAL: Alexander (2004)
PAÍS: Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Francia, Italia
GUION: Oliver Stone, Christopher Kyle, Laeta Kalogridis
FOTOGRAFIA: Rodrigo Prieto
MÚSICA: Vangelis
DURACIÓN: 175 minutos

 
       

Héctor Campio López | @campiolopez

La suerte favorece al osado, dice una cita de Virgilio, que se proyecta al inicio de la película Alejandro Magno (2004) del director Oliver Stone. Y quizá fue él quien decidió colocar ahí esa frase cuando se dio cuenta que el proyecto que tenía en sus manos, llevar al cine la vida de una de las figuras más atractivas de la historia, requería de tremenda osadía. Como un exorcismo fallido, esta vez la suerte no pudo hacer mucho.

Hace 48 años, Robert Rossen, otro director neoyorquino, cometió la misma audacia con Alexander the Great (1956). En ese entonces fue Richard Burton quien dio vida al conquistador macedonio y Fredric March hizo el papel de su padre Filipo, rey de Macedonia. La película fue aburridísima, los personajes se la pasaban recitando parlamentos infumables. Burton apenas tenía 31 años, pero parecía mucho mayor y no se le recuerda precisamente por ese papel.

Nadie experimenta en cabeza ajena, por eso es doblemente heroica la actitud de Stone al dirigir, coescribir y coproducir una película sobre la vida de Alejandro Magno. Previsor, reúne a un grupo de actores muy conocidos y consolidados en el cine de Hollywood: Colin Farrell como Alejandro, Angelina Jolie (en la vida real un año mayor que él) como su mamá Olimpia, Val Kilmer como su papá Filipo, Jared Leto como su amante y Anthony Hopkins como su amigo Ptolomeo. Tristemente las ambiciones llegan hasta ahí.

Si no vamos más lejos, fue Gladiador (2000), la película de Rydley Scott, la que tuvo la culpa de que tanto directores como productores de Hollywood se interesaran y entusiasmaran de nuevo por las llamadas películas de época, que se hicieron como salchichas durante los cincuenta y sesenta. Muchas fueron buenas como Ben Hur (1959) o Espartaco (1960) y otras lamentables como Cleopatra (1963).

Ahora no se necesita ir a construir pirámides a Italia para hacer que se parezca a Egipto y los actores se sientan transportados al tiempo de los faraones. Basta con reunir un buen equipo de diseñadores que hagan el Coliseo, Troya o Macedonia en computadora a gusto del director y ya. Los costos de producción se resuelven y lo que resta es tener un buen guion, algo que no es tan fácil.

En esa tendencia aparece Alejandro Magno, una película que no es épica, sino un drama tremendo que abusa del maniqueísmo y de la "psicología de sus personajes". Quien nos cuenta la historia es Ptolomeo ya viejo (Hopkins), cuyos escribas hacen, supongo, sus memorias en el momento en que la película comienza. En minutos que parecen horas, él se dedica a recordar las hazañas de Alejandro y su presencia colosal frente a sus ejércitos, mientras lo vemos paseándose en sus lujosas habitaciones de faraón.

Para ver por qué Alejandro Magno fue como fue, hay que ver un poco su infancia, pensaría Stone. Así que el primer Alejandro que vemos es un niño al que su mamá Angelina Jolie le enrosca serpientes en el cuello y le exige que no les tenga miedo. A ella los animales le van muy bien, es una Olimpia dominatrix bellísima que ama mucho a su hijo. El malvado es el papá, Filipo (Kilmer) un general tuerto borracho y violento, que según se insinúa, no es el verdadero progenitor.

Vemos entonces cómo el niño entrena lucha con un amiguito que años después se convertirá en algo más y también cómo debate largamente con Aristóteles acerca de la superioridad de los griegos sobre los persas. Aquí no puedo evitar acordarme del niñito Jesús en la serie de Zeffirelli, cuando comenta las escrituras con los maestros de la ley.

En la exageración de un estoicismo puberto, vemos cómo Alejandro doma a al caballo Bucéfalo, un retinto al que nadie puede montar. Después de tan maravillosa comunicación con el animal, galopa con él por una pradera y su madre lo mira como quien ve a su hijo hacer su primer solito.

Para ahorrarnos tiempo, Hopkins nos hace un largo resumen que abarca siete años en la vida del macedonio, siete años en los que no vemos otra cosa más que a sus escribas apuntando apresurados. Después aparece Colin Farrell con una peluca rubia, es Alejandro de 19 años, un muchacho autocompasivo, sufridor y mimado por su madre.

Como sea, a los sesenta minutos de comenzada la película, no hemos visto la fortaleza de un militar y estratega mítico, sino a un soldado visceral siempre con los ojos de asustado. En la batalla de Gaugamela, decisiva en la victoria contra el imperio Persa, la gran oportunidad mirarlo en combate es desaprovechada. Oliver Stone nos da en cambio secuencias de caballos y camellos corriendo, más algunas tomas aéreas con abundante polvo del desierto. ¿Que no fue éste el director de Pelotón?

En vez de batallas, escuchamos aburridos sermones de Ptolomeo y Aristóteles, eso sin contar la clase de mitología que Filipo le da a Alejandro en el interior de una cueva.

No vemos a un líder invencible, sino a un homosexual de clóset, torpe y sin carácter. Sus pudorosas escenas románticas con el general Hefestión y el eunuco persa Bagoas son de sonrojarse. El protagonista nunca consolida una personalidad fuerte y a veces hasta es gracioso, como cuando llega con sus tropas a la India y saluda de mano a un mono.

Si estuviéramos a expensas de lo que nos cuentan algunas películas, nunca sabríamos cómo fueron las hazañas y conquistas de los héroes. Oliver Stone hizo lo que pudo, pero si Alejandro Magno hubiera sido como el de esta película, seguro no conquista ni la delegación Xochimilco.

 
 
 
 
       

CANAL RSS
YOUTUBE
CONTÁCTANOS


DISTRITO CINE. Los contenidos de este sitio están sujetos a una licencia Creative Commons 2.5, con excepción del material (fotos, imágenes, videos) procedente de terceros.