Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La comedia romántica francesa tiene un encanto en su ejecución que aun cuando la historia nos lleve por lugares conocidos, su sencillez contrasta con el artificio y a veces la excesiva solemnidad de las producciones de Hollywood. Amor en Braille tiene además la cualidad de contar una historia cuyos protagonistas están experimentando el fin de su niñez y el inexplicable y torpe primer acercamiento al amor.

Marie (Alix Vaillot) es una excelente estudiante que además practica para convertirse en cellista. Como podría esperarse, no hay nadie que la parezca más simpático en el mundo que Víctor (Jean-Stan Du Pac), un desastre académico, hijo de un mecánico y huérfano de madre que además practica para ser un rockero underground.

Ella le ofrece ayuda con sus estudios, al mismo tiempo que consigue un cómplice que le ayude a ocultar la progresión de una enfermedad degenerativa que poco a poco la va dejando ciega. Su inteligencia, que la ha llevado a aprenderse de memoria las tabla optométricas en sus revisiones, además de las rutas y los pasos que debe dar en cada lugar para no tropezar y parecer normal han dejado de ser suficientes para engañar a los otros.

Además de encontrar en Víctor una mano que la sostiene en más de un sentido, cuando en su casa lo usual son las ausencias, Marie busca ganar tiempo para audicionar por un lugar en el Conservatorio Nacional de Música, cuando su padre piensa que lo mejor es que vaya cuanto antes a una institución que se adecue a sus necesidades visuales.

Basada en el libro de Pascal Ruter, Amor en Braille es un pieza optimista, alejada de la solemnidad. Su director, el tunecino, Michel Boujenah no da la más mínima entrada a la lástima, al tono melodramático en torno al destino de sus personajes que empiezan a hacer una renuncia a su infancia. Por eso los rodea de personajes que aportan ingentes dosis de humor como el padre de Víctor (Pascal Elbé) o su mejor amigo (Antoine Khorsand), mitad árabe y mitad judío que tiene para cada situación una frase de sabiduría popular.

Estamos, pues, ante un relato con apenas algunos toques amargos, esperanzador, pero no por ello superficial, sobre los primeros padeceres del crecer.