EL ARO

DIRECCIÓN: Gore Verbinski
TÍTULO ORIGINAL: The Ring (2002)
PAÍS: Estados Unidos, Japón
GUION: Ehren Kruger, basado en la novela Ringu; de Kôji Suzuki y el guion para la película japonesa del mismo nombre
FOTOGRAFÍA: Bojan Bazelli
MÚSICA: Hans Zimmer
DURACIÓN: 115 minutos

 
       

Héctor Campio López | @campiolopez

Una ojeada al cine de horror japonés reciente nos da el esquema básico en el que se inspiran todas sus historias: las leyendas urbanas, las deformaciones, el horror estimulado por el asco a la putrefacción (secreciones y agusanamientos excesivos) y las alucinaciones. Eso, pero descafeinado, es lo que hay en El aro (2002), película del director Gore Verbinski basada en la novela de Koji Suzuki y refrito de la película del venerado japonés Hideo Nakata.

El aro llegó a las pantallas con el antecedente de la versión asiática original, que ya traía una pléyade de buenas críticas internacionales por innovar en el género de horror. La idea es buena: un extraño video que circula de manera underground y que sentencia a muerte en un periodo de siete días a todo aquel que lo vea.

Incorporar el elemento tecnológico al horror ha dado un respiro nuevo a este género cinematográfico. Ahora los sustos no sólo se gritan por teléfono, sino a través de la red o la televisión, referentes comunes en el mundo moderno. Los enmascarados con guadañas y los monstruos también han cedido su lugar a los espíritus vengativos.

Sin embargo, la buena idea de El aro se termina cuando el relato trata de racionalizar el horror. La reportera Rachel Keller (Naomi Watts), que parece no tener mucho trabajo en su periódico, decide investigar, por encargo de su hermana, la muerte de su sobrina. Dicha muerte está ligada al video.

La reportera, crédula y medrosa desde el principio de la historia, decide buscar los orígenes de ese video misterioso. También hay un niño con ojeras del tamaño de un plato y visiones paranormales, típico en el género, y que uno piensa cuando lo ve por primera vez, que es el asesino o tiene que ver con algo siniestro.

Las aceleradas casualidades confabulan en favor de Rachel y la ayudan a resolver en menos de una semana un misterio que tiene explicaciones psiquiatricas, hereditarias, hemerográficas y equinas (¡!). Al final, Rachel olvida su vocación periodística y adquiere, inspirada por las profundas oscuridades de un pozo, instintos necrofílico-maternales.

Si algo valioso tiene una buena película de horror es su verosimilitud, las historias tienen posibilidades de ser en la vida real. Freddy, Jason, el payaso de Eso y hasta Chucky, a pesar de su cuna norteamericana, tuvieron en su momento algo creíble. El aro más bien se esfuerza en la redundante sucesión de supuestas claves para sostener el suspenso a lo largo de dos horas y resolver una historia de origen absurdo.

El aro no es una cinta absurda por suponer la comunicación de los muertos desde el más allá, sino por hacerlo de manera rebuscada. Sólo en el mundo de El aro es posible que un criador de caballos tenga en casa un equipo que sirve para extraer los sueños del cerebro de las personas. Y también sólo en El aro, una película de horror, caben los finales tiernos y la compasión sensiblera por los muertos.

Racionalizar el terror y explicarlo una y otra vez sin conseguir despejar todas las dudas al espectador, es lo que hace de esta película algo tedioso. Con todo, hubo alguien para quien la cinta no resultó decepcionante y ese es Gore Verbinski, a quien este refrito le abrió el millonario cofre de Los Piratas del Caribe, que ya van para su tercer episodio.

 
 
 

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