Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Cualquier idiota es capaz de ese optimismo pueril que se contenta con frases sobre sonrisas que son como llaves porque abren muchas puertas. Para tener una mala opinión sobre la raza humana se necesita haberla observado, haber sido defraudado por esos personajes admirados socialmente y haberse dado de frente mil veces con los desengaños.

Como pocas veces en los últimos años, detrás de Así pasa cuando sucede vuelve a asomar aquel Woody Allen tan pesimista y ácido como brillante y certero en sus comentarios sobre las endebles convicciones y la insatisfacción eterna de sus personajes. Su protagonista, Boris Yellnikoff (Larry David) es un profesor de mecánica cuántica, alguna vez candidato al Nobel de Física, divorciado y lisiado tras un fallido intento de suicidio. Su gran desgracia, empero, es vivir eternamente frustrado por no encontrar a nadie a la altura de su genio.

Jugando con el principio de incertidumbre que hace caer por tierra cualquier cálculo y cualquier pretensión de certeza absoluta, Boris deja entrar a su casa a una joven sureña (Evan Rachel Wood), ingenua, poco instruida y criada en el seno de una familia puritana, que le hace sobrellevar mejor su hipocondria, sus fobias y su obsesión tremendista de ver la vida y la felicidad como algo efímero por definición.

Muy lejos del tono solemne de su última película, Allen se muestra durísimo con la estupidez de quienes le rodean, aunque al final se rinda a la posibilidad de estar equivocado y admita que la fortuna, el destino y el absurdo suelen interponerse en los planes de vida. El guion puede tornarse previsible por momentos, pero no deja de tener elementos lúdicos que lo hacen una comedia para reencontrarse con el director estadounidense, como las escenas en que Boris rompe la cuarta pared para interpelar al espectador al que además insulta mirándole a los ojos, haciéndole ver lo ordinario que es.