BILLY ELLIOT

DIRECCIÓN: Stephen Daldry
TÍTULO ORIGINAL: Billy Elliot (2005)
PAÍS: Reino Unido, Francia
GUION: Lee Hall
FOTOGRAFÍA: Brian Tufano
MÚSICA: Stephen Warbeck
DURACIÓN: 110 minutos

 
       

Melina Roa | Juan Carlos Romero

Han pasado más de une década desde su estreno y pese a ofrecer una línea argumental andada y desandada ya algunas veces, Billy Elliot consiguió algo que cientos de cintas difícilmente logran al paso de los años: permanecer gracias a su sencillez.

Billy (Jamie Bell) es un niño de 11 años, hijo de una familia minera de Durham, un pueblo al norte de Inglaterra, cuya madre ha muerto y cuyo padre piensa que su educación como hombre se completa dándole 50 peniques a la semana para que tome clases de boxeo. El chico tiene una sensibilidad que ni su padre ni su hermano tienen ni entienden. Eso es suficiente para que una clase de ballet a la que termina entrando a escondidas lo deje arrobado, pues en ella descubre que, además, tiene talento para bailar.

Lo interesante detrás del baile es que no hay estridencias ni pretensiones. El cine norteamericano es más cínico en ese sentido; sus personajes actúan en función de absolutos como el triunfo y el sacrificio heroico, como si fuera de éstos no existiera más. Billy Elliot demuestra en contrario que en la simpleza está la grandeza. Con un mínimo de imaginación, Stephen Daldry y Lee Hall (director y guionista, respectivamente) entienden que lograr la empatía con el público no ocupa mucho más que una historia conocida por todos: la lucha por terminar el día satisfecho con lo que se es.

La verosimilitud del relato recae por supuesto en la forma en que se hila, pero fundamentalmente en la dimensión de personajes como la nada convencional maestra de ballet, interpretada por Julie Walters, que da clases con cigarro en mano mientras se enfrenta a su propia frustración, o el padre y el hermano mayor de Billy que se convierten en un necesario contrapeso de la cinta al reflejar la dura realidad de los trabajadores mineros, que además da sentido a la cerrazón y a la estrechez de miras de ambos.

Ninguno de estos individuos habla brillantemente; todos se expresan con dificultad y de manera muy ruda: las palabras dejadas en una carta por la mamá de Billy, su misma explicación ante los sinodales de la Escuela Real de Ballet acerca de lo que siente al bailar son torpes y quizá pobres pero tienen alma y fuerza.

La película tiene momentos emblemáticos y maravillosos, como la secuencia en la que Billy baila por las calles, golpeando muros, barandales y botes; la pelea con almohadas con la hija de su maestra después de que ella le dice que sus padres ya no duermen juntos, y el momento justo en que define ante un grupo de examinadores todo lo que le pasa mientras baila y que él define como "electricidad"

Billy Elliot, es cierto, apela a los sentimientos más esenciales, pero lo hace con auténtica pasión, con la convicción de quien sabe que el ejercicio más difícil es intentar ser fiel a uno mismo. Al final, lo que hace diferente la cinta de Stephen Daldry es su sinceridad. Esa es la enorme diferencia.

 
 
 

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