EL BÚFALO DE LA NOCHE

DIRECCIÓN: Jorge Hernández Aldana
TÍTULO ORIGINAL: El búfalo de la noche (2007)
PAÍS: México
GUION: Jorge Hernández Aldana y Guillermo Arriaga; basado en la novela homónima
FOTOGRAFIA: Héctor Ortega
MÚSICA: Omar Rodríguez López
DURACIÓN: 117 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Guillermo Arriaga ha sido alcanzado por sus propias mentiras. Su rompimiento con Alejandro González Iñárritu, quien hizo publica una carta para desacreditarlo, pensando que ganaría el Oscar por Babel, muestra que en el fondo los dos son unos mezquinos. En los días que siguieron a aquel enfrentamiento, Arriaga reivindicó el trabajo de los escritores, pugnaba por que en los créditos dejara de aparecer la frase "Una película de...", y que en su lugar pudiera leerse "dirigida por", "fotografiada por", "escrita por". "Una película es de todos —explicaba— y no tenemos por qué reducirla al crédito 'una película de...'"

Embustero. Cuando uno mira el cartel de El búfalo de la noche, lo primero que se lee a continuación es el reclamo de autoría en letras mayúsculas: "de Guillermo Arriaga". Pero no sólo eso. En los créditos de entrada de la película su nombre aparece cuatro veces.

Molesto con lo que para él ha sido una equivocada lectura de sus textos por parte de los directores, el escritor tomó el control creativo de la película, desplazando al director, el debutante venezolano Jorge Hernández Aldana, quien todo el tiempo apareció como convidado triste de la fiesta del guionista y sus actores.

Ateniéndose a las premisas de Arriaga, acerca de que el escritor es el verdadero creador (más allá de la visión del director) y en el entendido de que se le respetó el derecho como novelista y guionista a supervisar de cerca el rodaje para garantizar que su idea no volviera a ser traicionada, podría asumirse que El búfalo de la noche es la mejor versión de sí misma.

A la luz del texto, el resultado cinematográfico es la negación de cada una de las palabras de Arriaga. En el papel, las 236 páginas de El búfalo de la noche son una historia que se alimenta, por sobre todas las cosas, de los pensamientos de uno de los protagonistas de un amor "ilícito", o más bien "desleal", entre jóvenes universitarios persuadidos de que a los veintiuno o veintidós años se sabe todo sobre el amor y la pasión. El filme, por otro lado, está formado de añicos, de páginas arrancadas de la novela, sin la argamasa suficiente que tienda los puentes y establezca creíbles conexiones emocionales entre los personajes o que aterrice los infiernos particulares en un mundo cotidiano tangible.

La trama sigue más o menos de cerca a la novela. Gregorio (Gabriel González) es un joven esquizofrénico cuyos lazos emocionales más fuertes se encuentran ligados a su novia Tania (Liz Gallardo) y su amigo Manuel (Diego Luna), quienes aprovechando los más recientes ingresos del primero al psiquiátrico comienzan a verse en secreto en un motel.

Cuando Gregorio parece por fin recuperado, se suicida disparándose un tiro en la cabeza, llevándose con él al infierno a Manuel, a quien le deja una caja con fotos, papeles y frases que comienzan a ponerlo paranoico mientras que Tania comienza a caracterizarse por un comportamiento cada vez más errático.

Pero el gran riesgo de la cinta de Jorge Hernández Aldana es convertirse en un relato ininteligible para quien no haya leído la novela. Los personajes que en su montaje parecen meras sombras, en realidad deberían jugar papeles mucho más decisivos; la relación de Manuel con su madre y con la hermana de Gregorio, por poner sólo dos casos, deberían -de acuerdo con el tratamiento del libro- tener mayor alcance en la definición y en las decisiones impulsivas del personaje.

El peso de las frecuentes e inexplicables ausencias de Tania escuecen al lector de una forma inversamente proporcional a la falta de entusiasmo con que Liz Gallardo se desnuda media docena de veces en el filme. De la astenia a la histeria, a estos cuerpos parece moverlos más el capricho que sus conflictos internos. El búfalo de la noche regala sexo, pero no seduce lo suficiente como para sumergirse en su disfrute, ni entra lo suficientemente profundo en la culpa de los jóvenes amantes para mostrar cómo sus orgasmos los corroen.

Diálogos mal procesados que terminan sonando en el oído como algo que no corresponde a la realidad corriente, un desnudo de Camila Sodi insertado en una secuencia que aporta cero al drama, y actores a los que el guion sólo les marca solemnidad mientras recitan sus diálogos sin emoción.

En una entrevista publicada en abril de este año, Guillermo Arriaga, apuntaba que de haberlo incorporado al equipo de Un dulce olor a muerte (Gabriel Retes, 1999), también basada en una novela de su autoría, la película habría salido mejor. Esta vez fue parte del proceso, se hizo cargo desde la producción hasta la promoción de la cinta; tomó todas, o casi todas las decisiones, pero fue devorado por su soberbia y alcanzado por sus mentiras. Lástima, porque la novela es en verdad buena.

 
 
 
 
  
       

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