EL CABALLO DE TURÍN

DIRECCIÓN: Béla Tarr, Ágnes Hranitzky
TÍTULO ORIGINAL: A Torinói Ló (2011)
PAÍS: Hungría, Francia, Alemania, Suiza, Estados Unidos
GUION: Béla Tarr, László Krasznahorkai
FOTOGRAFÍA: Fred Kelemen
MÚSICA: Mihály Vig
DURACIÓN: 146 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La anécdota no tiene un origen preciso, pero describe los últimos días de lucidez de Friedrich Nietzsche. Es un día de 1889 y al cruzar la plaza de Carlo Alberto de Turín, el filósofo observa cómo un cochero golpea despiadadamente a su caballo, que exhausto se niega a caminar. Es entonces que Nietzsche, llorando se abraza al cuello del caballo agotado, pidiéndole perdón en nombre de los hombres.

La imagen sirve a Béla Tarr y su guionista László Krasznahorkai para elaborar una lenta, silenciosa y extenuante cinta sobre el peso de la existencia humana. Sin embargo, la historia no sigue a Nietzche, sino que se pregunta qué pasó con el caballo y el cochero de aquella escena. Todo sucede en un pequeño valle de Hungría, de tierra estéril y viento gélido, donde descubrimos que el hombre (János Derzsi), quien tiene el brazo derecho tullido, vive con su joven hija (Erika Bók), ambos atados a una rutina que hace parecer que nada sucede, cuando en realidad el mundo afuera se derrumba.

Durante más de dos horas, en las que el silencio es apenas roto por dos o tres eventos excepcionales, los vemos a ambos desarrollar las mismas actividades: apenas amanece ella va por agua al pozo, él se levanta, ella lo viste a él, ambos toman como desayuno un trago de palinka. Por la tarde, cada quien come una papa cocida con sal y se sientan frente a la ventana a mirar la miseria. Al día siguiente, lo mismo, poco o nada se modifica en su rutina.

Tarr narra el derrumbe de este microcosmos de la misma manera en que asume que vendrá el fin del mundo en la vida real: débil y silenciosamente. Los larguísimos planos secuencia con los que construye su filme son acompañados durante algunos tramos por la ominosa música de Mihály Vig y el constante lamento del viento, que juega también como personaje.

Todo pasa y nada pasa, oímos palabras sueltas más que diálogos, y eventos catastróficos que ocurren sin drama alguno: el caballo que deja de comer y de beber, el paso de un grupo de gitanos por la casa y el pozo de agua que se seca. Los habitantes no sólo desisten de la idea de abandonar ese lugar sin nada, sino que se empeñan en creer que habrá un mañana.

 
 
 
 
  

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