CONOZCA LA CABEZA DE JUAN PÉREZ

DIRECCIÓN: Emilio Portes
TÍTULO ORIGINAL: Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008)
PAÍS: México
GUION: Emilio Portes
FOTOGRAFIA: Ramón Orozco Stoltenberg
MÚSICA: Aldo Max Rodríguez
DURACIÓN: 83 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Confieso que al ver Conozca la cabeza de Juan Pérez, nunca vi la crítica social que el director Emilio Portes asegura haber puesto en ella. No advertí las elaboradas metáforas que se supone aparecen acerca del México eternamente esperanzado en los milagros que lo saquen de su triste realidad.

Confieso que, por el contrario, encontré una comedia arrabalera de modestas pero no por eso desdeñables aspiraciones, una historia contada a la manera de un negro cuento infantil que parte de un hecho determinante, quizás el único de corte trágicamente realista: una crisis económica devastadora.

El Juan Pérez del título (Silverio Palacios) es un mago de un circo de tercera, a punto de cerrar por las deudas, para quien la simple idea de actuar en fiestas infantiles resulta una afrenta. Uno a uno, los miembros del lamentable elenco son despedidos, con lo que el espectáculo va abaratándose cada vez más, hasta el punto en que el cierre de la empresa parece inminente.

Con el fin de mantener su empleo, y luego de recibir un ultimátum para que presente de una buena vez algún truco nuevo que logré llevar más público, Juan idea lo que será un gran acto de escapismo, pero para hacerlo posible necesita una guillotina auténtica que sólo puede hallarse, por ejemplo, en una exposición de instrumentos de tortura y pena capital.

El relato, que incorpora animación tradicional y algunos efectos digitales, lleva la fantasía a niveles de farsa total; el circo es una lástima, el elenco está conformado por payasos sin gracia que parecen sucios vagabundos, un trío de perros entrenados dignos de una carpa de barriada y un mago sacado de una película de los años cincuenta que sólo sabe hacer viejos trucos.

Afortunadamente, Conozca la cabeza de Juan Pérez no se toma en serio y aunque resulta un poco dispareja y llanamente absurda cuando aparece en escena el supuesto dueño de la guillotina, mantiene su tono desmadroso, lejos de melodramas protagonizados por pobres con corazón de oro. Algo así como un retrato surrealista de la marginalidad.

 
 
 
 
       

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