Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La franquicia de Cars ha sido una decepción, porque más allá de sus altos valores de producción, sus innegables logros visuales y el nivel de detalle alcanzado por su equipo de animación, se necesitaron dos películas para dejar en claro que sus personajes, tan cuidadosamente creados, jamás mostrarían la humanidad y la belleza que asoma en otras cintas de Pixar, como WALL-E, Ratatouille o la trilogía de Toy Story.

La nueva aventura tiene como mayor defecto un guion flojo, poco ingenioso y apenas aceptable como entretenimiento infantil, si se toman como referencia los altos estándares establecidos por su casa productora. En Cars 2 se estira al máximo la idea de autos vivientes, insertándolos en contextos en los que simplemente sustituyen a personas, en lugar de recurrir a códigos propios del mundo de los automotores, la mecánica y las autopartes, como se proponía en la primera cinta.

La historia es en su mayor parte una parodia de las historias de James Bond, con la variante del espía por accidente, rol que toca desempeñar a Mate, la vieja y oxidada grúa, amigo del multicampeón de carreras, Rayo McQueen, quien es desplazado a un plano secundario, en el que protagoniza una rivalidad con el arrogante Fórmula Uno italiano Francesco Bernoulli.

Fuera de un ambiguo mensaje ecológico sobre el uso de combustibles eficientes versus la industria de los hidrocarburos contaminantes, el conjunto en general ofrece poco en cuanto a suspenso o humor, aunque en los aspectos técnicos ciertamente hay poco que reprochar. Cars sabe a poco como historia porque parece haber puesto los ojos, desde un principio, en los números en la taquilla, lo cual logran. Como pocas veces, sin embargo, Pixar también ha conseguido que su película le sea completamente ajena al público.