CINCO DE MAYO: LA BATALLA

DIRECCIÓN: Rafael Lara
TÍTULO ORIGINAL: Cinco de Mayo: La batalla (2013)
PAÍS: México
GUION: Rafael Lara
MÚSICA: Nacho Retally
FOTOGRAFÍA: Germán Lammers
DURACIÓN: 125 minutos

       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hace algunos años, Enrique Krauze escribía que en México venerábamos con fervor la “historia de bronce”, esa que se reseña en tonos exaltados en los libros de texto gratuitos, maniquea, solemne y unidimensional, de la cual es sano tomar distancia de manera paulatina, para crecer.

Cinco de mayo. La batalla cumple con las tres condiciones descritas de la historia oficial; es maniquea, solemne y unidimensional. Su discurso nacionalista y su visión de la invasión francesa de 1862 es de una simpleza que asusta. No apela a la grandeza, sino a un victimismo aldeano que postula que los extranjeros vienen siempre a robarnos.

Una guerra siempre es una guerra, pero en la cinta de Rafael Lara, todo se acerca a la caricatura: los franceses se caracterizan por pelear sucio y conducirse sin honor; los mexicanos, en cambio, son poseedores de una nobleza profunda. Mientras los soldados nacionales pasan frío y se alimentan con raciones pequeñas de tortillas, frijoles y café, los malévolos generales franceses se sacian con abundantes cenas de lechón, cuentan con valets que los ayudan a vestirse y edecanes que los siguen con botellas de vino tinto.

La batalla propiamente dicha dura 40 minutos, durante los cuales resulta imposible rescatar algo significativo. Filmada con una cámara trémula que pretende dotar de mayor dinamismo los combates o hacer sentir al espectador inmerso en la acción, las escenas se vuelven reiterativas: un cañón dispara, alguien se cae de un caballo o es asesinado a bayoneta. Lo recursos se repiten sin mayor expresividad, tantas veces como el presupuesto lo permite, pero sin volverse parte del hilo lógico narrativo ni explicar qué elementos permitieron la victoria.

Todo es confuso, nunca hay una perspectiva general del campo de batalla que permita ver la superioridad numérica de unos sobre otros o el desarrollo del combate. Si los mexicanos inclinan la balanza a su favor, entonces el general del ejército francés, el Conde de Lorencez (William Miller), aparece con el gesto contrahecho; si se supone que los europeos avanzan, el general Ignacio Zaragoza (Kuno Becker) pone cara de preocupación. Así, hasta que del lado mexicano alguien dice que ganamos, y uno les cree no por lo que se ve en pantalla, sino por lo que los libros de historia dicen.

De todos, es justamente el general Zaragoza quien menos entusiasmo despierta. Escondido la mayoría del tiempo, jugueteando con piezas de ajedrez para parecer un estratega y lejos de la batalla, no parece tomar una sola decisión importante o definitiva para el triunfo mexicano ni para justificar su imagen en los billetes de 500 pesos. Los personajes de esta trama histórica lucen pobremente dibujados, incapaces de generar interés, por lo que el director se ve en la necesidad de incluir una insípida historia de amor entre un soldado y su adelita, cuyas vidas y futuro no podrían preocuparnos menos.

La película fracasa en cada frente que abre y deja al descubierto la ineptitud de los realizadores para interesar/involucrar a la gente con un relato didáctico y sin vida, representado por personajes que deambulan por ese panteón histórico soltando frases para las placas de las estatuas.

En un viejo capítulo de Los Simpson, se ve al equipo de producción de una película pintándole manchas negras a dos caballos blancos. Según los utileros, las vacas no se ven como vacas en pantalla, por eso tienen que usar caballos. “¿Y si quieren algo que se vea como un caballo?”, pregunta alguien. “Pues amarramos un montón de gatos y ya”. Similar a lo que ahí ocurre, en Cinco de mayo no hay un sólo actor francés, sin embargo, el problema se resuelve con tres güeros que hablen como Pepe Le Pew.

 
 
 
 
       

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