Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Déjenme ver si entendí. Hace mil años, el ángel Raziel mezcló su sangre con la de los humanos para crear una raza de seres conocidos como cazadores de sombras —mitad ángeles, mitad mortales—, los cuales supuestamente tienen la misión de proteger al mundo de seres espirituales demoniacos.
Basta con ver media hora de la cinta de Harald Zwart para deducir que Raziel en realidad mezcló su sangre con la de una adolescente de 12 años, llena hormonas. Los cazadores de sombras son una suerte de top teen models, que escuchan música gótica y tratan de parecer malotes. No importa cuánto los veamos peleando con cuchillos y sables o huyendo de algún peligro, lo verdaderamente importante en esta batalla contra las fuerzas siniestras es quién le gusta a quien.
El guion, basado en el libro homónimo de Cassandra Clare y elaborado a partir del saqueo de fragmentos de otras cintas como Crepúsculo, Star Wars, Harry Potter y Van Helsing —aunque con la intensidad de un concierto de Celine Dion—, intenta crear su propio mundo mitologico, pero la originalidad alcanza apenas para dividir a las fuerzas del mal y del bien en vampiros y hombres lobos, los cuales llenan la escena de humor involuntario con sus colmillos de plástico.
A pesar de su enfoque gay friendly —en un intento por venderse como un producto respetuoso de la diversidad— la película omite incluir a cualquier actor negro, al mismo tiempo que adolece de un verdadero sentido de la fantasía y la emoción, el cual intenta suplir con revelaciones tan ingeniosas como que las Variaciones Goldberg de J.S. Bach son en realidad combinaciones deliberadamente escritas para delatar demonios escondidos entre los hombres.
Melodrama de torsos tatuados, armas sofisticadas y el conservadurismo sexual de quien comercia con los despertares juveniles para luego darles un sermón moralino al respecto, Ciudad de hueso es una de las peores películas del 2013. |