COMETAS EN EL CIELO

DIRECCIÓN: Marc Forster
TÍTULO ORIGINAL: The Kite Runner (2007)
PAÍS: Estados Unidos, China
GUION: David Benioff, basado en la novela homónima de Khaled Hosseini
FOTOGRAFÍA: Roberto Schaefer
MÚSICA: Alberto Iglesias
DURACIÓN: 128 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Marc Forster es uno de esos jóvenes cineastas bendecidos con el don de ser excelentes narradores. Es decir, no hay exactamente un guion brillante, pero la forma en que concibe visualmente su historia y los recursos que emplea para contarla no son usuales.

Basada en la novela homónima del afgano-estadounidense Khaled Hosseini, dos tercios de la cinta se ocupan en mostrarnos la vida de dos niños de la Afganistán de antes de de la ocupación soviética, que terminaría en las ruinas que hoy administra el regimen talibán.

Amir es hijo de un empresario de Kabul, que se ha criado al lado de Hassan, un hazara de clase inferior, hijo de la servidumbre. El primero es sensible e imaginativo, mientras el chiquillo de la minoría étnica es más hábil y arrojado.

Forster monta su escenario de una Afganistán ida, casi podría decirse idílica, en la que un concurso de cometas es un acontecimiento comunitario. Los niños aparecen en un contexto que empieza a complicarse, pero no los marca con su dureza; pertenecen a grupos étnicos diferentes y eso tampoco los separa.

Como muchos relatos construidos alrededor de los dramas infantiles recientes sobre Medio Oriente, mientras en la superficie asoma la tragedia, debajo hay una mirada amable sobre la amistad, que en este caso es el tema que trastorna la vida de Amir y Hassan.

Una segunda parte se construye con la mirada nostálgica de uno de ellos, ya convertido en un adulto, lejos de la guerra, viviendo en un Estados Unidos contrastante, ajeno a su cultura natal que no ha terminado por absorberlo.

Hasta aquí tenemos un ejercicio de nostalgia en el que asoman las culpas por lo no realizado en el pasado, por la traición a la amistad. Tenemos, pues, un relato cálido y hasta conmovedor, empujado por una fotografía que recrea en Kashgar, China, las calles, los techos y los espacios de aquel país musulmán y las largas secuencias a vuelo de pájaro que acompañan a las cometas que se desafían los cielos.

Desgraciadamente, en este filme, el sello de origen termina por verse cuando el joven Amir, radicado en California, decide embarcarse en una tarea tan absurda como inverosímil, que implica más que el riesgo de regresar al territorio de Afganistán, tiranizado por los grupos tribales fundamentalistas.

El aire intimista de las escenas, su invitación a la contemplación y a la reflexión se pierden durante minutos en cierta desmesura, que no deja de tener momentos muy interesantes, como cuando el director de un orfanato explica lo benéfico de que un general talibán tome a un niño cada mes para violarlo.

La crudeza de un par de escenas, la belleza de otras muchas y la sorpresa ante la cotidianidad —¿es posible tal cosa?— se imponen finalmente cuando se trata de hacer el balance sobre la calidad del filme. Es cierto que la cinta simplifica demasiado las problemáticas de una región tan convulsa y que el toque americano le resta un poco de fuerza.

Sin embargo, Forster merece buenos comentarios. Si Más extraño que la ficción, El umbral, Descubriendo el país de Nunca Jamás, o Monster's Ball —todas del mismo director— están en su lista de trabajos destacables, apunten ésta.

 
 
 
 

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