Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Cosas insignificantes tiene el defecto mayor de no contar ninguna historia y, en cambio, demorarse en el uso de recursos formales que no la dotan de mayor profundidad. Dividida en cuatro segmentos en los que la directora y guionista Andrea Martínez pretende desarrollar un relato de personajes cuyas vidas se entrecruzan, la película se torna notablemente redundante en su obstinación de avanzar y volver cuatro veces al punto de inicio para empezar a narrar lo mismo desde el enfoque de un personaje diferente.
Las cosas insignificantes del título son objetos aparentemente inútiles que Esmeralda (Paulina Gaitán), una adolescente con problemas de migraña, colecciona y atesora en una vieja caja de madera (una papeleta con un teléfono escrito, un caballito de mar hecho de papel, una flecha de cartón adornada con diamantina) la cual, se supone, contiene un mundo de historias en su interior.
Sin embargo, lo que hay son meras situaciones modélicas: un solitario psicólogo infantil (Fernando Luján) quien no ha hablado en 20 años con su hija; un pediatra (Carmelo Gómez), quien vive con una fotógrafa (Lucía Jiménez), a la cual le oculta que tiene un hijo de cinco años con una mujer casada (Bárbara Mori). Eso es todo.
Una vez planteado lo anterior, el truco consiste en dejar avanzar un poco la escena en cuestión, detenerse y volver a empezar con una perspectiva diferente. Sin tensión dramática, sin climax ni desarrollo de personajes, la cinta se convierte en una pieza tediosa que añade accesorios igualmente inútiles para efectos de enriquecer la narrativa, como un niño limpia vidrios o una anciana obsesionada con la leyenda de los volcanes.
Es por esa ausencia de empuje y de progreso en la trama que la escena que pretende ser la más cruda y verdadera (Bárbara Mori rapándose frente a un espejo como muestra de solidaridad con su hijo enfermo) no provoca ni conmueve en lo absoluto.
Al final, estamos ante un conjunto de historias mínimas que, paradójicamente, no logran volverse significativas por sí solas y que equivocadamente buscan su fuerza en el melodrama generoso de lágrimas y arrepentimiento. La metáfora que da vida a este filme, debía desembocar en dramas humanos de mayor intensidad y calado, pero no. Nos queda a deber. |