Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Olallo Rubio leyó a Noam Chomsky, eso me queda claro; lo ha mencionado una docena de veces en las entrevistas que ha dado con motivo del estreno de su primera película, ¿Y tú, cuánto cuestas? Lo que no sé es si ha leído algún otro libro. Le convendría.
La ventaja de no admirar a este ex locutor de radio ni ser amigo de la productora Lynn Fanchtein es que aquí usted no leerá que la cinta de Olallo es una revisión concienzuda o una denuncia del sistema imperialista, realizada con un estilo único irónico e irreverente.
No. Es mucho más evidente que a este principiante le gusta escucharse a sí mismo y, más aún, que sus propios rollos le parecen brillantísimos. Basta con oírlo decir que cuando se dedicaba a la locución la gente lo veía como el Howard Stern mexicano y que ahora como cineasta todos lo comparan con Michael Moore, aunque él cree parecerse más a Oliver Stone.
Con un guion aparentemente escrito sobre las rodillas, ningún dato, ninguna fuente, demagógico como sólo puede serlo una crítica a la cultura de lo desechable hecha por un producto de la misma, ¿Y tú, cuánto cuestas? se caracteriza por un discurso abundante en terminología rancia de 40 años atrás, en un tono de revelador descubrimiento; un acto de soberbia infinito de un realizador que cree que su misión es abrir los ojos de los miles de acríticos consumidores de productos inútiles, manipulados por los perversos medios y controlados por el imperialismo estadounidense. No olvidemos que él ya leyó a Chomsky.
Redundante hasta cansar, el guion de Rubio anda sin rumbo durante más de hora y media, en temas que no terminan por tener cohesión y que van de la avidez por el poder político y la hegemonía norteamericana a la legalización de la marihuana, la clonación, la administración de la paraestatal Pemex y una anodina disertación sobre el valor en el mercado de los órganos humanos.
Aparte de una aburrida perorata que no elude satanizar la Coca-Cola y una chafísima revelación acerca de que los niños sólo pueden enumerar los nombres de superhéroes gringos, pero ninguno mexicano, las voces autorizadas de este documental son sujetos ordinarios del tipo cualquierhijodevecino (la mitad, entrevistados en el tianguis de El Chopo) que opinan desde su casi unánime ignorancia y, sobre todo, su resentimiento contra el vecino del norte.
Lo preocupante es que cuando uno apenas estaba aceptando la tragedia de tener una izquierda tan pitera en este país, ahora la gente bonita descubra que la muchacha que les hace el quehacer es igual a ellos y quieran concientizarla. No sé a ustedes, pero el que Edith González ahora escriba una columna en El Universal y que el chavo que ponía música en Radioactivo 98.5 sea cineasta, a mí por lo menos me da ternura.
Según Rubio, su opera prima se hizo apenas con cien mil dólares. Una película barata. Créanme, se nota. |