Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Creo que la crítica se equivoca... la crítica mala se equivoca y la crítica seria se equivoca. Leo la reseña de Peter Travers en Rolling Stone y pienso que su primera mirada sobre La dama en el agua es acaso el error de qui en que no ha mirado con demasiada atención.
Pero en todo caso, la de Travers no ha sido la única voz discrepante; las reseñas adversas de la prensa de Estados Unidos comienzan a reproducirse con increíble fidelidad en nuestro país. Los juicios sobre M. Night Shyamalan coinciden. No sé por qué. La película es fascinante.
La dama en el agua está basada en un cuento de cuna que el propio director escribió para sus hijas. En él, el encargado de un edificio de departamentos en Filadelfia, Cleveland Heep (Paul Giamatti), descubre bajo el agua de una piscina la presencia de una extraña joven, llamada Story (Bryce Dallas Howard), quien resulta ser una ninfa perdida en el mundo real.
Durante los primeros minutos de la cinta, se narra una leyenda de tiempos pasados en los que la humanidad convivía con seres del agua, pero debido a la tendencia destructiva del hombre, las relaciones entre ambos mundos quedaron cortadas. Story, pues, aparece en la trama como un emisario de aquel mundo, y su objetivo es inspirar a un ser humano, quien será el responsable de un gran cambio que acercará a su raza y a los hombres otra vez.
La cinta está llena del lirismo desbordado, pero para fluir, requiere de un espectador cómplice, dispuesto aceptar sus premisas fantásticas. En ese sentido, el relato es honesto; no intenta engañar a su público, y le recuerda constantemente que una bedtime story —una historia para antes de dormir— se está haciendo realidad.
Como director y guionista, Shyamalan logra con La dama en el agua hacer algo diferente sin abandonar el tema recurrente en sus anteriores trabajos: la necesidad de los hombres por creer y explicarse el mundo a través de lo increíble. Asimismo, sus protagonistas siguen siendo hombres a quienes sus tragedias personales los han hecho perder contacto con el mundo y a quienes sus crisis personales los vuelven más receptivos y los empujan a creer.
El realizador hindú ha elevado el nivel del debate y ha llevado a un nivel bastante verosímil cuestiones que a muchos parecerían ridículas per se, como el fenómeno ovni, de modo que no es el tema de la cinta lo que le ha acarreado comentarios tan adversos. Si la ingenuidad de La dama en el agua ha irritado a los censores cinematográficos, se debe, entre otras cosas, a que el único personaje de la historia que tiene un final trágico es un crítico que cree conocer todos los códigos del cine, pero que en lo importante está equivocado.
Por supuesto que el guion tiene enormes debilidades, particularmente en la forma en que resuelve el conflicto; sin embargo, comparar al protagónico femenino con la sirena de Splash (Fausto Ponce, El Economista) me parece de una simpleza insultante.
La cinta, es cierto, carece de algunos elementos que habían caracterizado los anteriores trabajos de Shyamalan; los golpes de efecto siguen siendo parte importante, pero los efectos especiales afortunadamente no llegan a convertirse en el soporte de la trama. El elemento más sólido en el filme son las actuaciones. Giamatti nos regala una secuencia catártica y cruel en la que llora con absoluta convicción la muerte de sus hijos y de su esposa, mientras que Bryce Dallas Howard logra darle a su papel el aire etéreo de un ángel caído a este mundo.
El que el director se haya asignado un papel principal dentro de la trama, al aparecer como escritor, no debería entenderse en la forma en que lo ha hecho la crítica. Shyamalan veía en La dama en el agua su proyecto más personal, esa convicción fue la que lo llevó a romper tan acremente su larga relación con Disney y a llevar su trabajo a otra casa. El valor de su película puede discutirse, pero sigue siendo congruente con su visión del cine.
El tiempo dirá si nos equivocamos. |