DÉFICIT

DIRECCIÓN: Gael García Bernal
TÍTULO ORIGINAL: Déficit (2007)
PAÍS: México
GUION: Kyzza Terrazas
FOTOGRAFIA: Eugenio Polgovsky
MÚSICA: Camilo Lara
DURACIÓN: 79 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

De juzgar Déficit por lo que su director dice sobre ella, de buscar su valor en las frases que vienen colgadas del cartel y el tráiler promocionales, no valdría la pena hablar mucho más de la cinta. En ese nivel, el debut como realizador de Gael García Bernal parece la obra de alguien que se ha despertado con la resaca de la noche anterior, asqueado de ver reseñada su vida en las páginas de la revista Quién.

Paradójicamente, Gael habla de los prejuicios de clase, partir de varios prejuicios contra la clase alta, y hace de éstos el detonante de las supuestas tensiones de su historia. El actor-director interpreta a Cristóbal, un joven fanático del hip-hop, estudiante de economía e hijo de un exfuncionario mexicano que vive un exilio forzoso en Europa por un escándalo de corrupción. Durante el fin de semana, decide organizar una fiesta en la casa de Tepoztlán, donde, para su mala suerte, ya se encuentra instalada su hermana Elisa (Camila Sodi) con un grupo de amigos.

La mitad del tiempo, los diálogos entre los personajes no van más allá de lo que podría escucharse entre algunos habituales de los cafés de la Condesa, y su prepotencia no es peor que la que a diario ejerce la clase media-alta contra la mesera en el restaurante o la cajera en el súper. Hasta ahí, nada interesante.

La cosa es que Déficit entiende mal los conflictos de clase, pues pretende ver en los roles de empleado-empleador algo en sí mismo censurable. De manera insistente, algunos críticos han llamado la atención sobre una frase que Cristóbal escupe contra Adán (Tenoch Huerta), su jardinero, en cierto momento de la cinta ("No me toques, pinche indio"). Pero en realidad, la hostilidad del primero por la atención que Dolores (Luz Cipriota), una de las invitadas, le prodiga al muchacho, tiene poco que ver con la escala social.

Lo interesante del filme no está en su discurso pretendidamente retador y subversivo sobre cómo un grupo de jóvenes bonitos que cree que lo tiene todo, descubre que en realidad no tiene nada. En el único terreno donde estos veinteañeros ricos, superficiales y drogados adquieren una dimensión humana de la que merezca hablarse, es ese donde no existe la monserga, ese antagonismo maniqueo de ricos contra pobres.

Los hermanos Cristóbal y Elisa acusan de manera diferente el brutal abandono de los padres. De él se espera que siga los pasos del padre, que consiga entrar a Harvard y que permanezca al pendiente de lo que sucede, como depositario de las responsabilidades familiares en el país; mientras, ella se refugia cómodamente en el no hacer nada, sólo que disfrazada de hippie del nuevo siglo. Ahí hay un pequeño drama, pero para advertirlo hay que remover mucha paja.

Está de moda ser una figura pública con preocupaciones sociales, y honestamente Gael García Bernal parece estar apenas despertando al mundo y dándose cuenta de que hay diferencias. No está a la altura, su discurso social es demasiado ingenuo.

 
 
 
 
       

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