Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Puede que El día que la Tierra se detuvo no sea tan terrible como ha venido asegurándose. Al compararla con la versión original de 1951, la cinta de Scott Derrickson resulta menos cándida, mejor trabajada en lo que hace a sus personajes y técnicamente más lograda (realmente impresionante en varios de sus tramos). Pero carece de quid.
El filme de los cincuenta aludía a la veloz polarización del mundo en los primeros años de la Guerra Fría, el reinado de terror del senador McCarthy que inundó a Estados Unidos de sospechas y desconfianza, y la posibilidad de una guerra nuclear a gran escala. Más de medio siglo después, la destrucción del planeta no parece inminente ni siquiera por la vía de una gran catástrofe ecológica. El estado de cosas actual no parece ser el peor para llamar la atención del universo ni ameritar una urgente intervención extraterrestre.
La nueva adaptación, pese a su dinámico y renovado planteamiento, se nota falta de tensión y de auténtico suspenso sobre todo en su segunda mitad. Muy temprano en el relato conocemos a la doctora Helen Benson (Jennifer Connelly), quien es convocada junto con otros científicos para crear un plan contra un enorme cuerpo que se dirige a gran velocidad y que amenaza con impactar mortalmente a la Tierra.
En los últimos segundos, el objeto disminuye su velocidad, posándose sobre Nueva York. Acompañado de un gigantesco autómata, un alienígena llamado Klaatu (Keanu Reeves) desciende de la nave con un mensaje para los líderes del mundo. Los humanos recelosos responden a la duda con violencia, se muestran naturalmente incapacitados para escuchar y para entender la misión del viajero. Sólo la doctora Benson parece receptiva al hecho de que el futuro de la humanidad está en riesgo.
Sin embargo hay elementos que no terminan de funcionar por ningún lado en la trama; el guion combina fallidamente el deber moral de esta mujer de ciencia con una farragosa historia de reencuentro familiar que tiene como centro a su antipático hijo preadolescente. En la última media hora la fantasía apocalíptica se desdibuja por completo: los efectos especiales alcanzan su mejor momento y la historia humana desciende a su nivel más elemental tanto por su forzado sentimentalismo como por las soluciones fáciles y casi ridículas que el guion halla. La línea argumental, pues, se agota justamente donde la película debería mejorar.
Nunca queda muy claro de qué hay que salvar a la Tierra, aunque se insista en el mensaje ambiental. No hay duda de que visualmente esta historia filmada hace más de 50 años resulta infinitamente superior en su versión de hoy. Pero la suya es una "belleza" estéril que no inquieta, no conmueve ni pone realmente sobre la mesa algún punto sobre lo que los humanos somos o podemos ser. |