DIVINAS TENTACIONES

DIRECCIÓN: Edward Norton
TÍTULO ORIGINAL: Keeping the Faith (2000)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Stuart Blumberg
FOTOGRAFÍA: Anastas N. Michos
MÚSICA: Elmer Bernstein
DURACIÓN: 128 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hace poco más de diez años se filmaron varias comedias románticas que se caracterizaban por su aparente simplicidad; podría decirse que eran la primera huella de una generación de jóvenes, apenas mayores de 30 años, caracterizada por su éxito profesional y económico, pero con una vida personal incompleta.

La verdad sobre perros y gatos (1996), Matrimonio por conveniencia (1990) o Cuando Harry conoció a Sally (1989) son parte de una serie de trabajos filmados entre los últimos años de la década de los ochenta y mediados de los noventa, cuya apuesta estaba en los guiones si se quiere sencillos e inocentes, pero en los que los adictos al trabajo y la neurosis ya estaban muy presentes. No sé si Divinas tentaciones se acerque al tono de comedia que guste a todos, pero sí me parece un pequeño guiño a ese cine de gusto más espontáneo y con su propia voz, aun sin ser un gran trabajo.

La cinta relata la historia de Jake Schram (Ben Stiller) y Brian Finn (Edward Norton), un rabino judío y un sacerdote católico que trabajan en la misma comunidad de Brooklyn y cuya amiga de la infancia, Anna Reilli (Jenna Elfman), está por regresar a la ciudad, después de 20 años, convertida en ejecutiva de una importante firma dedicada al análisis de sinergias empresariales.

A partir del reencuentro de éstos se inicia una historia de amor —casi podría decirse que un triángulo amoroso—, pero afortunadamente el relato no se agota necesariamente ahí. Una buena parte de la cinta trata de la vida de la comunidad, el trabajo que el rabino y el sacerdote hacen para llevar a más gente de vuelta a la sinagoga y a la iglesia, convirtiendo las reuniones en shows de stand up comedy.

Dirigida por Edward Norton —un estupendo actor y a juzgar por el resultado un mediano director primerizo—, la cinta no es para nada un mal trabajo, si se asume que la intención es reandar el camino de las fórmulas probadas para tratar de dar a luz algo novedoso. Desgraciadamente, Norton no logra del todo su cometido, primero, porque alarga la película innecesariamente a casi dos horas cuando su historia se agota en 90 minutos; segundo, porque termina con el mismo final impulsivo de decenas de comedias románticas, en el que el protagonista tiene que correr para que el amor de su vida no se vaya para siempre.

En su descargo, sin embargo, hay que decir que su sociedad con Ben Stiller resulta afortunada para ambos, pues combinan gracia y mesura. Asimismo, logra que Jenna Elfman, a quien muchos sólo conocíamos por la serie Dharma y Greg, se luzca en su protagónico, en el que se muestra como la chica que todos quisieran tener de novia.

El saldo, pues no es malo; el esfuerzo de Norton por parecerse a ratos a Woody Allen es loable porque al final parece entender que no se trata sólo de engañar al público para atraerlo a la sala de cine, sino de esmerarse en que a todos les resulte placentero el rato. A ratos lo logra, a ratos no, pero como ya dije la película se deja ver. Eso sin contar que la banda sonora y la música original de Elmer Bernstein son una preciosura que vale la pena tener.

 
 
 
 
 
       

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