DUEÑOS DE LA NOCHE

DIRECCIÓN: James Gray
TÍTULO ORIGINAL: We Own the Night (2007)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: James Gray
FOTOGRAFIA: Joaquín Baca-Asay
MÚSICA: Wojciech Kilar
DURACIÓN: 117 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Desde finales de 2006, cuando vimos Los infiltrados, no habíamos tenido oportunidad de ver buenas historias acerca de los submundos criminales que controlan e imponen sus condiciones a las autoridades de las grandes ciudades norteamericanas.

No me refiero a cintas de acción en las que la premisa es un hombre que lucha contra una difusa amenaza global, sino un verdadero drama criminal que se materializa en la creciente incapacidad de los cuerpos policiacos ante las mafias cada vez mejor organizadas, dedicadas al tráfico de droga.

Dueños de la noche (por fin un título que habla del filme) no es una historia real, pero se ubica a finales de los años ochenta, en una Nueva York aún sin miedo al terrorismo, carente de teléfonos celulares, de avanzados equipos de cómputo o sistemas de posicionamiento global.

Bobby Green (Joaquin Phoenix) es el administrador y anfitrión de una discoteca situada en Brighton Beach, zona conocida como la Pequeña Odessa, en la cual suelen encontrarse importantes traficantes rusos de cocaína. Bobby no sólo ha prosperado en el lugar, sino que además ha puesto distancia con su familia, principalmente con su padre, el jefe de policía Burt Grusinsky (Robert Duvall), y su hermano, el teniente Joseph Grusinsky (Mark Wahlberg).

El dilema que plantea la trama para este naciente y ambicioso empresario es trabajar con quienes lo han acogido durante años, mientras intenta ocultar sus vínculos familiares y mantenerse al margen de los negocios pesados, pero sin poder evitar involucrarse cuando los suyos corren peligro.

Si bien asistimos al viejo juego de las lealtades y las dobles caras, el director James Gray no aumenta la tensión dramática a base de grandes despliegues y acciones aparatosas, sino asfixiando a sus protagonistas, poniéndoles un pie en el cuello a los chicos buenos del relato.

Así, el también guionista los obliga a actuar por instinto, con las vísceras, y no movidos por inaplicables o extintos principios éticos de conducta socialmente aceptable. El éxito policiaco sólo puede ser posible cuando se actúa con los mismos códigos que la mafia: la familia es intocable.

No hay pues actos de heroísmo, así que olvídense de ver a Mark Wahlberg decretando el fin del crimen en New York City con un solo disparo certero. En el camino a la resolución, ambos bandos sufren bajas y pierden batallas personales, pero no sólo eso; fuera de su tono contenido, Dueños de la noche nos regala una de las mejores escenas de acción recientes: un complicadísimo tiroteo de auto a auto, mientras diluvia en las calles de la Gran Manzana.

Malas noticias para los consumidores de cine de ese cuya dirección consiste en montar hipnóticas secuencias de 18 minutos en las que los grandes vuelos y las puntuales explosiones de vehículos lo son todo. Aquí hay algo más que eso.

 
 
 
 
       

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