ENEMIGOS ÍNTIMOS

DIRECCIÓN: Fernando Sariñana
TÍTULO ORIGINAL: Enemigos íntimos (2007)
PAÍS: México
GUION: Carolina Rivera
FOTOGRAFIA: Chava Cartas
MÚSICA: José Villar
DURACIÓN: 100 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Durante diez minutos, Enemigos íntimos tiene toda la apariencia de ser la cinta más madura de Fernando Sariñana. Personajes con dimensión, historias que aunque melodramáticas tienen algo para ofrecer y un montaje visualmente interesante con transiciones dinámicas que sustituyen de alguna manera los cortes directos entre escenas.

En ese breve lapso conocemos a Álvaro (Demián Bichir), un arquitecto a quien los doctores detectan un tumor y cuya esposa (Verónica Merchant) está embarazada de otro hombre. Alrededor suyo, sin embargo, parecer existir un microcosmos conflictuado definido por el tremendismo; la enfermera de Álvaro (Dolores Heredia) resulta ser una muchacha muda con una tragedia amorosa detrás, su hermano (Lenny Zundel) es un vago que presume de escritor y su madre (Blanca Sánchez), una mujer abandonada que no termina de aceptar su circunstancia.

Hasta ahí encontramos un esfuerzo sostenido del reparto para crear seres humanos creíbles, capaces de generar cierta empatía o compasión; sin embargo, apenas entran en escena Ximena Sariñana y José María de Tavira en el papel de una pareja de estudiantes oligofrénicos, el trabajo colectivo pierde consistencia. La explicación de esto se encuentra en esta y otras cintas: Ximena Sariñana no es actriz; es la hija del director y la guionista, como lo es Sebastián Sariñana, otro integrante del reparto que comparte con su hermana el problema de la astenia interpretativa.

La historia entre estos dos transcurre entre boberas adolescentes y melodrama sobreactuado en el que ella, estoica y sufrida, renuncia a la felicidad y decide callar una terrible enfermedad para que él, que es una lumbrera, no abandone su maestría en España. Contra lo que cualquiera esperaría, esta parejita de niños llorones y antipáticos se vuelve durante prolongados tramos el centro de la trama, de tal manera que cuando ella cae en coma uno lamenta no sólo que no la desconecten, sino que nos la encajen como presencia continua en toda la película.

Fernando Sariñana apuesta a un tono sombrío y tremendista como sucedáneo de realismo; todos sus personajes viven situaciones límite, arrinconados por el fracaso, los celos, la enfermedad o la culpa. Demasiado drama artificioso —piensa uno— y ni un solo espíritu asentado para equilibrar el megadrama. En resumen, hay un sólo personaje que realmente se debate entre la vida y la muerte, pero todos parecen hacerlo.

Al final, en la mejor tradición del melodrama televisivo, la guionista traiciona a sus personajes y entrega un final mediocre: todos se redimen, todos se arrepienten, todos recomponen su vida. Qué sorpresa.

 
 
 
 
       

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