ENTRE COPAS

DIRECCIÓN: Alexander Payne
TÍTULO ORIGINAL: Sideways (2004)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Alexander Payne, Jim Taylor,Rex Pickett
FOTOGRAFIA: Phedon Papamichael
MÚSICA: Rolfe Kent
DURACIÓN: 123 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

La cosas no siempre salen como uno quisiera; de hecho la vida entera no siempre sale como uno quisiera. Sin embargo, en medio de los fracasos y las desgracias personales, siempre hay una buena comida, un buen trago, un encuentro o una llamada que recompone todo, así sea por un instante. Entre copas —cuarto largometraje de Alexander Payne— es una historia verdaderamente sencilla, pero llena justamente de estos detalles.

Miles (Paul Giamatti), su protagonista, es un novelista fracasado, divorciado y con una gran pasión por el vino. Es un tipo inteligente, quizá más que el promedio, sin embargo, su ánimo, su paz y su vida penden de un Prozac.

En el mejor de sus estados, Jack decide dar como regalo de bodas a su amigo Jack (Thomas Haden Church), un actor no más exitoso que él, un viaje por la ruta del vino en los viñedos de California. Podría pensarse que el relato lo llevará a uno a presenciar un viaje iniciático, en el que los protagonistas se redescubren para cambiar su visión del mundo y de su propia vida. Pero no.

Para Jack, lo único importante es disfrutar su “último bocado de libertad” antes de dejar la soltería; para Miles, la importancia radica en revisitar viejos lugares, reafirmar su gusto por los buenos vinos y disfrutar efímeramente una vida que los antidepresivos han hecho apenas llevadera. Nadie va más allá de eso: uno volverá a casa para dar trámite a su matrimonio; el otro, a seguir su vida como profesor de literatura en una secundaria.

Narrado en un tono medio que por momentos lo hace a uno sentirse absolutamente empático con el personaje interpretado por Giamatti, Entre copas deja de ser un filme sólo bueno, para tornarse en una muy reflexión valiosa sobre la sensibilidad y al mismo tiempo la fragilidad de algunos seres.

Con los detalles, las largas sobremesas en torno a varias botellas de vino y el peso de las frases colocadas en torno a la inadvertida belleza de las cosas pequeñas, es imposible no destacar un guion lleno de muy buenos momentos.

No hay ninguna pretensión extra en las reflexiones de los personajes; ninguno trata de arreglar el mundo con idealismo irreal. Al fin y al cabo eso es lo único que puede hacerse en torno a una mesa y una botella: enumerar las desgracias, los deseos frustrados, recordar los pasajes buenos y a veces coincidir con alguien más hablando de la vida... de la puta vida.
 
 
 
 
       

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