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Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Roman Polanski es uno de los grandes narradores del cine contemporáneo. Su última cinta, El escritor fantasma es un thriller político en el que los grandes giros de la historia se desvelan sin estridencia, a partir de meras intenciones escondidas en los diálogos, una historia con la elegancia de lo clásico y testimonio de que el director polaco maneja espléndidamente las herramientas del suspenso.
Basada en el bestseller de Robert Harris, The Ghost, la historia traza claros paralelos con la figura de Tony Blair. En ella, un escritor fantasma (Ewan McGregor) es contratado para dar forma a las memorias inconclusas del ex primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan), incondicional de Washington y obligado a resguardarse en Estados Unidos tras una acusación del tribunal de La Haya por su responsabilidad en la tortura de prisioneros de guerra.
En cuestión de días, el escritor se ve involucrado no sólo en los conflictos personales y familiares del ex mandatario, sino que los detalles oscuros que parecen esconderse en la historia de su ascenso político, así como su personalidad irascible y desconfiada, comienzan a ser más atractivos, en la misma proporción que el tedio y la asepsia parecen imponerse como única marca en un libro intrascendente (al fin y al cabo, pregunta alguien, ¿quién lee las memorias de un político?).
Polanski conduce con un ritmo parsimonioso y agradable, elabora secuencias largas, con diálogos que siempre sugieren algo más, lejos de la espectacularidad, cerca de las formas tradicionales pero con énfasis en los detalles. Probablemente no sea una noticia que Ewan McGregor brille como protagonista, pero sí lo es que Pierce Brosnan lo haga pese a tener una presencia limitada en pantalla. El elogio, inevitablemente, tiene que extenderse a Kim Cattrall, Olivia Williams y Tom Wilkinson, quienes completan el reparto, pero también al diseño de producción notable, que logra recrear en suelo alemán, escenas imposibles de ser rodadas en territorio estadounidense, donde el director no puede poner un pie por razones legales.
Pese al suspenso sostenido, el viejo realizador se resiste a la violencia, al golpe de efecto; guarda uno, sólo uno que llega en un plano final, brutal, que sucede fuera de nuestra vista y que no deja de ser desasosegante. Después de eso, piensa uno, si Polanski apareciera ante nosotros para hacer una reverencia, la escena no estaría para nada fuera de lugar. |
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