EL EXORCISTA: EL COMIENZO

DIRECCIÓN: Renny Harlin
TÍTULO ORIGINAL: Exorcist: The Beginning (2004)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Alexi Hawley
FOTOGRAFÍA: Vittorio Storato
MÚSICA: Trevor Rabin
DURACIÓN: 114 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Uno de los peores errores cometidos después de estrenar El exorcista en 1973, fue rodar cuatro años más tarde una segunda parte titulada El exorcista: el hereje, un miserable fracaso, cuyo único punto de coincidencia con la primera era la repetición de Linda Blair en el reparto.

No puede negarse que la película original, la adaptación de la novela de William Peter Blatty, conserva 30 años después de su estreno vigencia como uno de los filmes de terror más puro, antes de que los asesinos seriales se apoderaran del género.

Las dudas que quedan en aquel filme son perfectamente salvables. Por eso, excepto la ambición por llevarse unos dólares —así sea dando gato por liebre—, nada explica le hechura de una tercera parte que además se vende al público como una pretendida precuela.

En El exorcista: el comienzo sobran las referencias al trabajo de 1973. Lankester Merrin ha perdido la fe y ha abandonado el sacerdocio luego de atestiguar los horrores del nazismo durante la II Guerra Mundial y ha decidido dedicar sus esfuerzos a la arqueología en Kenia, donde participa en la excavación de un templo bizantino, levantado sobre lo que se cree fue el lugar donde cayó Satanás tras ser lanzado del Cielo y en el que se rendía culto al demonio Pazuzu, cuya figura aparece en la primera película como causante de la posesión demoniaca.

Sin embargo, esta nueva versión carece de creatividad; se recurre en demasía a efectos computarizados que se notan falsos y la encarnación del demonio en Izabella Scorupco no es más que una mala imitación de lo que se hizo hace tres décadas. De hecho, las laceraciones que muestra su personaje son las mismas que Linda Blair recibía en el rostro y en el cuerpo en la versión original, con la diferencia de que éstas eran parte de una lógica narrativa en la que Satanás, furioso, hace gala de su saña con una niña para mostrarse invulnerable.

El colofón, en esta ocasión, lo pone la aparición de un niño keniano, quien junto con el padre Merrin enfrenta a la pretendida cara del Diablo. El supuesto terror que debería desatar la secuencia es afrontada con una tranquilidad pasmosa de parte del chiquillo, quien tiene la tranquilidad suficiente para leer las letanías de un manual de exorcismo y quien en los momentos más intensos apenas parece tener un poco de frío.

Sin los referentes que ligan esta película con El exorcista de 1973 y dos o tres escenas más o menos logradas, no hay nada qué ver.

La secuencia final es el colmo del lugar común. Con el fin de dejar constancia de que Lankester Merrin ha abrazado de nuevo su ministerio, se le ve caminando hacia la Basílica de San Pedro, en el Vaticano. Añadido digitalmente, Stellan Skarsgard camina por la plaza mientras en su rostro se refleja un sol a punto de ponerse; no obstante, al mirar el paisaje que lo enmarca, es evidente que el sol ya ha caído, pues la sombra cubre totalmente la plaza. Un error de primaria de una película para olvidar.

 
 
 
 
 

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