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Inspirada en el relato La reina de las Nieves, de Hans Christian Andersen, Frozen es una animación de Disney, casa con una larga tradición en el campo de cintas para el sector femenino poblacional. Pero no se parece tanto-tanto a su colección de princesas convencionales, es más del tipo de Valiente (Andrews y Chapman, 2012).
Frozen ofrece una mezcla temática para atraer a niñas que se identifican más con las brujas que con las princesas etéreas (no es casual que ya se acerque el estreno de Maléfica, en 2014, con Angelina Jolie como protagonista). La historia ocurre en un país nórdico, donde vive la princesa Elsa, quien posee el poder de congelarlo todo de manera incontrolable, pero esta característica la asusta y por ello tiende al aislamiento. Digamos que encarna a la rubia platinada, alta ejecutiva de empresa, reservada, que gozará de su poder en la soledad de su hermoso castillo de hielo. Exitosa, pero sola –y seguramente vulnerable a la literatura que habla de los hombres que aman a las cabronas o de las treintañeras solteras, pero felices.
Entonces vendrá a su rescate social y reivindicación… ¿¡Un príncipe!? ¡No! Su aventurera y pelirroja hermana Anna, una chica desparpajada, valiente y arrebatada, cuyo único error será casi entregar su corazón a un desconocido (“Ojo, niñas, no se vayan con el primero que les habla bonito”). Todo esto transcurre entre muchas (muchas) canciones, vestidos ampones y apastelados, y paisajes nevados, además de la presencia de un patiño no humano (figura ya institucionalizada en las películas de Disney), ambiente insufrible para los padres varones y novios abnegados (sí, los hay) que llevan a sus nenitas de menos de nueve años de edad o a sus novias con complejo edípico a ver estas películas.
¿Por qué Frozen es distinta? Porque en esta ocasión, los príncipes rescatadores pasan a segundo plano. Porque la película no termina en boda. Porque las princesas se empoderan y el "acto de amor verdadero" no proviene de un enamoramiento, sino de un gesto sororal. La hermandad de mujeres salva, como en las chick-flick de pura sepa, con Sally Field u Olimpia Dukakis, pero en versión apta para preescolares.
Las Barbies empiezan a transformarse en Bratz y en Monster High; eso sí, todavía con todos los accesorios de invierno y cursis canciones (“libérense, pero no dejen de consumir”). Disney hace, pues, otro (tímido) esfuerzo por no quedarse atrás en la revolución de las nuevas generaciones. Por eso, precisamente por su búsqueda políticamente correcta de la chica liberada, pero no demasiado para no escandalizar a los papás, Frozen no llegará más allá del catálogo de los canales televisivos de paga, muy lejos de los superéxitos acuñados por Pixar. |
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