Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Hotel sin salida (Vacancy) se ahorra sentimentalismo y romance; no necesita de excesiva sangre ni de violencia demasiado gráfica. Con elementos simples en su guion y austeridad en el montaje, su director logra una eficiente cinta de terror-suspenso que además evita dar todas las respuestas en un final que deja al menos un par de preguntas abiertas.
Nimród Antal construye todo lo que necesitamos conocer de sus personajes durante un viaje nocturno en carretera. Amy (Kate Beckinsale) y David Fox (Luke Wilson) son un matrimonio a punto de divorciarse, pero que ha decidido hacer un último viaje para asistir civilizadamente al aniversario de los padres de ella. Ambos se han vuelto un poco más cínicos e hirientes el uno con el otro, aunque él intenta hacer más llevaderos los últimos días de relación.
De regreso a casa y mientras transitan por un camino vecinal, lejos de la autopista, el auto sufre una descompostura que los obliga a dormir en la habitación de un motel poco menos que inmundo, pero en el que encuentran cintas de video que tardan en reconocer como películas snuff, grabadas en la misma habitación en la que se encuentran alojados. No hay que ser genios para oler el peligro y buscar de inmediato la salida.
Lo primero que habría que reconocer de la película en su conjunto es haber abandonado la recreación de ese reiterativo mundillo adolescente que encuentra problemas en la búsqueda de diversión, poner en una situación límite a personajes que ya parecen traer demasiados conflictos consigo y generar genuinos estados de tensión, aunque, cierto, sin explorar más en las posibilidades que podría ofrecer esta vertiente de la filmación y comercialización de asesinatos reales.
La imposibilidad de la escapatoria está planteada sólo por la relación numérica entre la pareja y sus cazadores; no hay despliegues inverosímiles de sagacidad, proezas físicas ni elementos providenciales que modifiquen la trama. Se trata de simple instinto de sobrevivencia de dos personas contra el instinto asesino de un desagradable remedo de Norman Bates (Frank Whaley), asistido por otros dos delincuentes.
La falta de originalidad de Hotel sin salida queda compensada por el genuino desasosiego que genera la situación, en lugar de los sustos fabricados generalmente mediante golpes de efecto o acentos musicales cuando alguien aparece repentinamente. No se traiciona tampoco, es decir, el guion evita aligerar el tono aprehensivo del relato para dar paso a juramentos de amor de la pareja o remembranzas de su vida juntos.
Este modesto homenaje a Hitchcock muestra, sin ser material perdurable, que de alguna manera aun se puede quitarle el aliento a la gente sin recurrir a una cámara de torturas como en la fallida Hostel. |