IDENTIDAD SUSTITUTA

DIRECCIÓN: Jonathan Mostow
TÍTULO ORIGINAL: Surrogates (2009)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Michael Ferris, John D. Brancato; basado en la novela gráfica de Robert Venditti y Brett Weldele
FOTOGRAFÍA: Oliver Wood
MÚSICA: Richard Marvin
DURACIÓN: 89 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hace 30 años, Identidad sustituta bien podría haber sido una provocadora historia de ciencia ficción sobre las inquietudes que guardábamos sobre el futuro, y una reflexión seguramente válida sobre el sueño de tecnologizar cada uno de los aspectos de nuestra vida. El mundo ha avanzado en otra dirección y el confort hoy está más vinculado con otras nociones como la portabilidad, la velocidad y la posibilidad de acortar distancias.

De ahí que la idea de la que parte la cinta haya dejado de parecer factible; es decir, un mundo en el que cada humano puede utilizar un robot físicamente atractivo, que lo sustituya en el trabajo, en la vida social, amorosa y sexual, mientras el propietario conduce todo mediante un mando a distancia. Una especie de Second Life pero con sensaciones vívidas y avatares de plástico.

En ese mundo vive Tom Greer (Bruce Willis), un agente del FBI a cuyas manos llega un extraño caso de homicidio: dos robots réplicas cuyos componentes quedan literalmente fritos por un arma desconocida, en un hecho que simultáneamente mata a sus respectivos propietarios. Por una eventualidad, el detective Greer se ve obligado a dejar a su sustituto, para salir a la calle a un mundo poblado de maniquíes vivientes e investigar el caso él mismo.

La investigación parece apuntar a un grupo fundamentalista, que condena la sobretecnologización y que está dirigido —no podría ser de otra manera— por un fascineroso con labia. Desgraciadamente, Identidad sustituta se queda en el nivel de un thriller simplemente entretenido, muy eficiente en el uso de los efectos especiales (la plasticidad de la piel humana llega a ser aversiva), pero muy poco ambicioso en cuanto a la complejidad de su texto y su convencional desenlace, poniendo en el centro buena parte del tiempo el consabido drama doméstico del protagonista.

Es particularmente notable que el director, Jonathan Mostow, no se permita desarrollar aún más la fantasía, nos plantee la existencia de un mundo de evolución tecnológica en el que la gente ha logrado vivir a través seres sustitutos, pero en el que el resto de las cosas en las calles y dentro de los hogares siguen siendo exactamente iguales a las del mundo de 2009.

La cinta, pues, no carece de buenos momentos (la desconexión a un tiempo de todos los robots está estupendamente coreografiada), pero carece de convicción para llevar su historia a alturas mayores. Entiendo que por ciertas necesidades del cine comercial el relato se centre en el protagonista interpretado por Willis, pero queda la sensación de que personajes como la agente Peters (Radha Mitchell), su pareja en la investigación, son terriblemente desperdiciados, pese a que fugazmente se le muestra como realmente es, una mujer quizás no la más atractiva pero con un trabajo importante que se ha rendido finalmente, como todos, a la dictadura de la belleza.

 
 
 
 
  

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