Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Martin Scorsese es poseedor de un don indudable. Entre Taxi driver (1976), Toro salvaje (1980), La última tentación de Cristo (1988), Kundún (1997), Pandillas de Nueva York (2002) o El aviador (2004) no hay un estilo reconocible, no hay una temática característica, no hay una figura femenina emblemática...
Hasta Los infiltrados, filme que retoma la idea originalmente desarrollada en Infernal affairs (Mou gaan dou), una cinta hongkonesa del año 2002 que ya ha tenido algunas secuelas, tampoco había un remake en su historia como realizador; sin embargo, la pieza original ha sido perfeccionada en manos de su equipo.
Ambientada en Boston, donde la policía estatal está en guerra con el crimen organizado, Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) es un joven policía cuyos orígenes hacen de él un candidato idóneo para convertirse en un miembro de la mafia irlandesa, un infiltrado sin ningún contacto ni reconocimiento oficial y obligado a arriesgar su vida en el seno de la organización dirigida por Frank Costello (Jack Nicholson).
La misma organización criminal, curiosamente, ha sido capaz de preparar a otro joven, Colin Sullivan (Matt Damon), para que repita el mismo juego, infiltrándose como uno de los máximos agentes policiales de la ciudad.
El enorme atractivo de la cinta radica en la tensión que persigue el desarrollo. Costigan va degradándose visiblemente a cada secuencia, consumido por su doble vida, mientras que el hijo de la mafia irlandesa trabaja a contrarreloj para identificar al doble agente que amenaza a los suyos, empleando los recursos del propio Estado para boicotear cada uno de los operativos que emprenden las autoridades.
Aunque es menester mencionar a Jack Nicholson, Martin Sheen y Alec Baldwin como el soporte en el cuadro secundario de actores, DiCaprio y Mark Wahlberg (aun por encima de Matt Damon) cargan el enorme peso de los grandes secretos y por ende la responsabilidad de sostener dramáticamente la historia hasta los últimos minutos.
Las cartas están echadas desde el principio. El final está determinado por el triunfo en el juego de apariencias entre los dos policías. El desenlace, sin embargo, es agónico, se prolonga durante minutos enteros y sabemos que no hay verdades que vuelquen la historia. Aun así ese desenlace llega de manera abrupta y violenta.
Traigo a cuento el comentario inicial sobre Infernal affairs, porque creo que es el momento de ponerle un alto al culto al cine asiático, que empieza a volverse un cliché y que no tardará en hacer la comparación entre estos dos filmes con un predecible saldo negativo para la producción de la Warner.
Para el caso de cualquier director debutante, una película como Los infiltrados sería merecedora de elogios desmedidos. Con Scorsese ha prevalecido el menosprecio, aun cuando su trabajo siempre ha tenido como divisa esquivar los lugares comunes y apostar (con resultados desiguales, es cierto) a contar historias, más que apelar a sentimientos o filmar reflexiones sobre los males de la sociedad.
Paralelamente, tiene que empezarse a tomar en serio el hecho de que Leonardo DiCaprio se ha convertido en uno de los mejores actores estadounidenses de la actualidad. No sólo ha dejado de ser el galán de cintas de gran consumo; se ha convertido en un actor genuino, capaz de pararse frente a a los mejores y salir ganando del lance.
Los infiltrados tiene su propia fuerza; nada le debe a la publicidad, a los premios o a la polémica; es simplemente una gran película. |