INVISIBLE

DIRECCIÓN: David S. Goyer
TÍTULO ORIGINAL: The invisible (2007)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Mick Davis, Christine Roum; basado en la novela Den Osynlige, de Mats Wahl
FOTOGRAFÍA: Gabriel Beristain
MÚSICA: Marco Beltrami
DURACIÓN: 102 minutos

 
       

Héctor Campio López | @campiolopez

Invisible es una cinta carente de tensión dramática y, por lo tanto, de interés. Más vale no dejarse engañar por las letritas que, en su afiche publicitario, la presentan como una película del escritor de Batman inicia y de los productores de Sexto sentido, porque su parecido con éstas es nulo.

Este infame desperdicio de dinero se supone basado en una película sueca: Den Osynlige. Pero eso lo sabe uno hasta que lee los créditos finales, para encontrarle una explicación al hombre invisible más anodino de todos los hombres invisibles del cine (incluidos fantasmas, ángeles o muertos que no saben que lo están). No será culpa de los suecos, eso es claro.

Nick (Justin Chatwin) es un supuesto estudiante universitario con ínfulas de poeta maldito. Decora su cuarto con retratos de Charles Bukowski y se cree mucho porque habla francés. Él es el bueno de la historia. La mala es Annie (Margarita Levieva), una veinteañera ladrona que encabeza una banda de chicos igualmente malos (que bien podrían ponerla en su sitio con un par de patadas en los bajos, pero en fin) y que vive en un hogar odioso.

Annie y sus golpeadores tunden a Nick una noche y lo dejan parcialmente muerto. Es decir, ni muerto ni vivo, sino en un estado de alma en pena desprendida de su cuerpo, el cual yace tumefacto en el interior de una coladera del drenaje en medio del bosque.

Se supone que lo interesante de la historia debería comenzar ahí, cuando el espíritu de este muchacho brillante tiene que ingeniárselas para comunicarse con los vivos y decirles dónde está escondido su cuasi-cadáver. Pero nada ocurre, porque aunque Nick muestra indicios de poder comunicarse con perros policía, palomas y pajaritos desde su estado espiritual, no pasa de hacer contemplaciones y vociferaciones berrinchudas a los que indagan su paradero.

La maldad de Annie es tan ficticia como la de cualquier villano de Walt Disney. No fuma, no se droga, no dice altisonancias, ni tiene sexo desenfrenado con su ex convicto amante pelón. Es cuestión de minutos para que la veamos llorando conmovida mientras mira las fotos de Nick en sus años de preescolar. Y todo con una sarta de canciones cursis como fondo musical.

Lo que pudo ser una historia oscura y depresiva sobre la soledad de los muertos, resulta una colección de elementos inconexos (relojes, autos, sobres de dinero), datos (cualquiera sobre el pasado de los personajes), diálogos (un pretendido lirismo del protagonista) y personajes innecesarios (la madre de Nick, una amiguita fogosa, un par de detectives). En manos de alguien como M. Night Shyamalan, pudo haber sido una buena cinta. Lástima que no supieron qué hacer con la idea.

 
 
 
 
 
       

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