Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Uno de los logros de la primera cinta de Iron Man, era el haber prescindido durante cerca de una hora de batallas espectaculares y tecnología digital para poner el peso de la película en Robert Downey Jr. y la explicación sobre el origen de un héroe, cuyo traje escondía a un alcohólico, millonario y narcisista. Lo mejor de aquélla era la química del protagonista con su encantadora asistente/confidente (Gwyneth Paltrow), quien ponía el equilibrio en la relación de amor neurótico entre ambos.

Iron Man 2 conserva un poco de ese humor y frescura, pero también ha cedido un mayor espacio a secuencias visualmente muy logradas pero carentes de emoción y suspenso. El guion acusa muchas de las deficiencias ya visibles en el primer filme, pero esta vez incluye despropósitos monumentales como ver al protagonista armar un acelerador y colisionador de partículas caseros y crear no un nuevo elemento, sino el elemento que se necesita para que la historia acabe bien.

La trama se presenta interesante en principio, porque de alguna manera plantea lo que ya han hecho otras cintas del género: la legitimación del héroe y la aceptación de su lugar en el mundo, luego de enfrentarse a sus vulnerabilidades y defectos como humano. Por un lado, Stark descubre que la tecnología que lo mantiene vivo ha empezado a matarlo; por el otro, intereses en el Senado de Estados Unidos inician una batalla legal para que el traje de Iron Man sea considerado un arma y por lo tanto sea puesto bajo control del Estado y la seguridad nacional.

Desde ambas vertientes, la secuela de Iron Man se perfilaba a ser una pieza ambiciosa que equilibrara un buen conflicto con el brillante trabajo del departamento de efectos especiales. Sin embargo, el guion abre dos vertientes más que tienen que ver con la aparición de Justin Hammer (Sam Rockwell), un constructor de armas dispuesto a pelearle los contratos del gobierno a Stark, y de Ivan Vanko (Mickey Rourke), un físico ruso que ha decidido cobrarse una vieja deuda de familia.

La acumulación de historias, sin embargo, tiene un efecto indeseable en el desarrollo del filme; pues llega un momento en el que en pantalla hay demasiados personajes, demasiadas armaduras y demasiadas subtramas paralelas, que es imposible profundizar en cualquiera de ellas. Además, hay demasiado ruido para intentarlo...

A la espera de una tercera cinta de Iron Man, el director Jon Favreau tendrá que encontrar un elemento de balance para que las secuencias de acción estén al nivel del resto del relato; es irónico, pero hasta ahora el héroe es mucho más atractivo fuera del traje que dentro de él. Esta secuela no es, ni mucho menos, un total desperdicio; hay suficientes momentos para considerarla buen entretenimiento, pero falla al pensar que mejorar un producto es ponerle el doble de todo.