JUEGOS SÁDICOS

DIRECCIÓN: Michael Haneke
TÍTULO ORIGINAL: Funny Games (2007)
PAÍS: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Austria, Italia
GUION: Michael Haneke
FOTOGRAFIA: Darius Khondji
DURACIÓN: 111 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Con su cinta Funny Games, el director, Michael Haneke logró en 1997 probar su tesis de que el cine que no llega hasta las últimas consecuencias en la representación de la violencia, en realidad sólo perpetúa esa visión idealista del mundo en la que el castigo o la justicia siempre están esperando a los responsables de crímenes.

Juegos sádicos, remake dirigido por el mismo Haneke para el público norteamericano, podría ser, sin embargo, la negación de otros aspectos que el realizador austriaco postula como el mayor valor de su trabajo: mostrar la violencia de una manera tan contundente y tan brutal que le devuelva su significado. Justo porque la trivialización de la violencia implica convertirla en producto de entretenimiento, minimizando el sufrimiento y las consecuencias hasta que pierde todo sentido, habría que cuestionar el objeto de duplicar, casi escena por escena, un filme que se supone ya estableció todo lo anterior.

Más allá de la hipocresía que uno pueda encontrar hoy, lo cierto es que diez años después de Funny Games, la propuesta sigue siendo incómoda. Lo primero es presentar a una familia de folleto, una pareja (Naomi Watts y Tim Roth) y su pequeño hijo (Devon Gearhart) que deciden pasar unos días en su casa de campo, a la orilla de un lago y a unos pasos de un campo de golf.

En el lugar conocen a dos jóvenes gentiles y comedidos en apariencia (Michael Pitt y Brady Corbet) que usan un incidente doméstico para introducirlos en un juego que en un inicio pasaría por pura paranoia, pero que se traduce en una agonía efectiva. Se quiera o no, Haneke usa los prejuicios del espectador y los vuelve en su contra creando una disonancia cognitiva; el horror que estos dos muchachos despiertan viene de su impecable aspecto y sus correctas maneras. Ninguno de ellos es un facineroso.

En Juegos sádicos la violencia y las vejaciones se quedan fuera de nuestro campo de visión, pero el efecto es el mismo de atestiguarlas en detalle. Por ahí se ha escrito que en el cine el director asume una posición ética desde que decide el punto de vista que toma la cámara; al rehuir la crudeza con la que actúan sus monstruos, nuevamente Haneke podría ser visto como un hipócrita.

En general, el filme no es amable con el público acostumbrado a los esquemas convencionales; lo ataca con largas y opresivas escenas de tortura psicológica. No sólo no hay descanso, sino que uno de los personajes habla dos veces a la cámara, rompiendo la llamada "cuarta pared", para aclarar que aquí no veremos menos de lo planteado: violencia desapasionada, sin explicación ni trasfondos.

Cada quien decidirá sobre su propia fascinación ante el tratamiento lúdico de la crueldad (sin ir más lejos, ahí está Tarantino); lo que no deja de ser pretencioso es rebobinar la cinta —ya lo verán— para corregir un final traicionero e inverosímil y después regañar al espectador por preferir un desenlace más violento por el simple hecho de ser más congruente. El director hace su ensayo, puede hacer segundas y terceras versiones del mismo, venderlo en dvd, pero está claro que le damos asco, pues no somos inocentes por la violencia que contemplamos.

 
 
 
 
       

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