KILL BILL VOL. 1

DIRECCIÓN: Quentin Tarantino
TÍTULO ORIGINAL: Kill Bill Vol.1 (2003)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Quentin Tarantino
FOTOGRAFÍA: Robert Richardson
MÚSICA: The RZA
DURACIÓN: 111 minutos

 
       

Héctor Campio López | @campiolopez

Después del fiasco que representó la película Jackie Brown (1997) para los seguidores de Quentin Tarantino, Kill Bill Vol. 1 fue como un bálsamo reconfortante porque permitió el reencuentro con el extrañado estilo de su director.

El rostro de Uma Thurman traumatizado por los golpes nos da la bienvenida a la historia. Es quizá la visión más espantosa entre todas las registradas por el cine de Tarantino, porque no es graciosa. La escena gore sirve para presentar a la protagonista de la cinta y justificar la dosis de sangre, golpes y mutilaciones que durara más de 100 minutos.

Después de pasar cuatro años en estado de coma (Tarantino nos hace saber que durante todo ese tiempo el rubio cuerpo de Uma ha sido profanado por cuando menos un doctor), la protagonista despierta, grita porque su bebé ya no está en su vientre y comienza a tomar desquite por todo el daño sufrido.

Hay algo que sobresale en Kill Bill Vol. 1 y es su tratamiento sobre la venganza. En la Novia, el personaje que interpreta Thurman, hay premeditación, pero no un rencor al rojo vivo. No sufre al vengarse, no siente (o cuando menos eso parece) la ansiedad que supone ajustar cuentas con sus agresores. Su narración en off no revela turbaciones.

El origen de la Novia es impreciso, no sabemos por qué recibió una golpiza el día de su boda, ni cómo es que pelea y habla japonés mejor que el señor Miyagi. Lo cierto es que el inicio de la película no deja lugar a dudas de que ella es algo aparte, una gélida máquina carnicera con emociones en otra parte.

Hacer un pastiche que combine el western, las cintas de samuráis y el anime japonés supone cierta dificultad. El humor involuntario puede brotar inesperadamente si la combinación no es convincente, si los personajes están sobreactuados, si la edición es descuidada. Juan Orol podría haber escrito mucho respecto a esos defectos.

Pero nada reprochable ocurre en esta película. En una de las primeras secuencias Uma clava un puñal en el pecho de Vivica Fox, lo retira del cadáver, lo limpia con un trapo de cocina y lo guarda un su funda como si fuera un revólver. Todo eso después de un combate doméstico en el que la heroína usa un sartén para enfrentar el filo de un cuchillo cebollero. Con todo, nada parece fuera de lugar.

La vida de O-Ren Ishii, otra asesina interpretada por Lucy Liu, es una narración sangrienta realizada con dibujos animados y musicalizada como si fuera un largometraje de Sergio Leone. A diferencia de las tres películas anteriores de Tarantino, los diálogos en Kill Bill Vol. 1 se concretan a narrar la historia y todo el énfasis está en la acción física y lo que provoca.

Para quienes nacimos en la segunda mitad de los setenta, la aparición de Uma vestida como Bruce Lee, al igual que el conjunto de referencias al cine de artes marciales, es una sacudida a los recuerdos de infancia. Es claro que la generación pop ama los regresos. En más de un sentido Kill Bill Vol. 1 fue un regreso, un embellecimiento y una recontextualización de citas cinematográficas.

Lolita en Japón pelea en su uniforme de colegiala con una cadena que usa como látigo. La Novia rubia de Bruce Lee vuela del primer al segundo piso en un salón de fiestas y hace un excitante festival de sangre con su hoja de acero al ritmo de rock and roll. El duelo colectivo es posible gracias a los talentos del coreógrafo chino Yuen Wo Ping y la magia va por cuenta del director, quien puede presumir de haber hecho de la sincronía entre música e imágenes, un recurso preciosista de su estilo. Una película indispensable.

 
 
 
 

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