Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
La idea de Adolfo Hitler como un hombre irascible y de una ambición sin límites, ha enterrado su dimensión humana en grado altísimo. Los intentos por trascender al hombre histórico del documental para interpretarlo son historia conocida: logros parciales y éxitos más bien modestos.
La caída, de Oliver Hirschbiegel —quizás más conocido por su trabajo en El experimento— significa un reto mayor, ya que su historia no va más allá de los límites de Berlín, no muestra la completa magnitud de la guerra en Europa, del Holocausto judío ni de los 12 años del Führer en el gobierno alemán desde su llegada a la Cancillería.
En esta cinta, estamos propiamente ante los últimos 12 días de vida de Hitler, metido en un refugio bajo tierra, desde el que buscaba mantener el control de su ejército, aunque ya no era capaz de controlar sus movimientos, regidos en buena medida por el Parkinson.
Sin duda incómoda por lo que representa mostrar a un monstruo como un sujeto bondadoso con los animales y los niños, y de buenas maneras con las damas, la interpretación de Bruno Ganz es simplemente soberbia. Los momentos de calma y reflexión del dictador son contrastados de manera insuperable con un furor incontrolable que deja constancia del registro actoral de Ganz, quien no podría haber enfrentado empresa más complicada.
A las actuaciones notables de éste y de Ulrich Matthes, como Goebbels, o de Juliane Köhler, como Eva Braun, se suma un escenario claustrofóbico, los laberínticos pasillos y las celdas de granito del búnker que sin embargo son el último lugar a salvo de la muerte y la ruina que se vive fuera mientras los rusos penetran la capital.
En cierto modo, la estrecha visión que Hitler tiene dentro de esa prisión infranqueable es transmitida al espectador. Por momentos, al dejar de lado y olvidar el contexto histórico que se vive puertas afuera de la Cancillería, el director permite entender la forma en que el círculo cercano del dictador influía en sus decisiones.
Atinadamente, Hirschbiegel no cedió a la tentación perversa de poner un velo de duda a la muerte del Führer. Ésta sucede, aunque no sea visible, como último gesto de cordura de un hombre que había perdido para ese momento todo contacto con la realidad y que se negaba a llorar una sola lágrima por el pueblo alemán que no había estado a la altura de las (sus) expectativas.
Creo que es pertinente referir la secuencia de la escapatoria de jóvenes milicianos tras la muerte del Führer, debido a una reflexión que uno hace inevitablemente sobre ello: ¿a dónde fueron?, ¿qué fue de ellos?
Es difícil establecer si el director tenía en mente la idea, pero uno sabe que la impronta del nazismo quedó en muchos de quienes durante la Segunda Guerra Mundial eran todavía niños, como huevo de serpiente esperando a incubar. La caída recibió la nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera en 2005.
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