Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Ensayo sobre el odio que encuentra campo fértil en la educación totalitaria, la inocencia inculcada a golpes, el resentimiento de clase y una torcida idea de la pureza, El listón blanco penetra en los podridos espacios familiares de lo que en conjunto parece una tranquila y ordenada comunidad alemana de los días que precedieron al estallido de la Primera Guera Mundial y donde se habría gestado (eso parece sugerírsenos) el posterior entusiasmo por el nacionalsocialismo.

Con una bellísima fotografía en blanco y negro que acentúa la sensación de asfixia de algunas escenas, el filme se acerca a los pobladores a través de una cotidianidad rota por varios sucesos violentos y sin explicación aparente, como un accidente de caballo provocado que envía al hospital al médico del pueblo, torturas causadas por desconocidos a dos pequeños niños y un granero incendiado en mitad de la noche.

Michael Haneke no permite ver mucho en realidad; la brutalidad en su cinta ocurre fuera de cuadro pero hace explícito apenas lo suficiente para señalar el origen del mal: la religiosidad exhibida como virtud pública pero carente de piedad en lo privado, el desprecio por la dignidad del otro cuando se está en una posición superior.

El director austriaco, sin embargo, no facilita al espectador lecturas simplistas; mantiene la ambigüedad sobre la responsabilidad de sus personajes en los hechos vergonzosos que narra, al tiempo que los muestra recelosos, desconfiados del otro, listos para que alguien les señale y les entregue un culpable a quien hacer pedazos.

Sin embargo, como dice su autor, El listón blanco habla, más que de fascismo, de ideales y principios pervertidos. El mayor horror para una sociedad que lastima a sus hijos para obligarlos a seguir al pie de la letra valores absolutos (sean éstos religiosos o políticos) mientras los mayores los violan con total impunidad, no es que generaciones venideras vivan en esa misma doble moral, sino que se vuelvan un violento ejército de castigadores de quienes no se someten a esos principios que les han sido dadas como verdades absolutas.