Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Remake de un derivativo filme japonés de 2003, dirigido por Takashi Miike, Una llamada perdida es un producto digno de la llamada generación iPod, consumidora de gadgets y de tonos idiotas para celular, cuyo mayor miedo consiste en quedarse una tarde sin internet.
Su originalísima trama resulta tan blanda e inofensiva, que en Estados Unidos obtuvo la clasificación PG-13 (apta para niños desde los 13 años), de modo que ya pueden darse una idea sobre qué esperar de ella como supuesta cinta de horror.
Beth Raymond (Shannyn Sossamon) es una ordinaria estudiante de psicología con una vida irrelevante, al menos hasta que algunos de sus amigos empiezan a recibir correos de voz en sus teléfonos celulares que les anuncian que morirán dentro de los tres días siguientes (si están pensando en El Aro, les recuerdo que en aquella les llamaban a su casa, no al celular), lo cual se cumple puntualmente.
Por supuesto, Beth es tomada como una loca cuando acude a la policía a denunciar los sobrenaturales crímenes, excepto por el detective Jack Andrews (Ed Burns), cuya propia hermana parece haber perdido la vida en hechos que guardan una curiosa similitud con las otras muertes. Para que la historia tenga chiste, la protagonista debe recibir una llamada parecida al resto e iniciar una carrera a contrarreloj para detener la maldición y evadir su propia muerte.
Sin pies ni cabeza, Una llamada perdida aparenta tener un interesantísimo trasfondo de denuncia sobre el abuso infantil; sin embargo para llegar a tal conclusión, uno tiene que aguantar, sin dormirse, secuencias ridículas como la del exorcismo realizado al teléfono de Ana Claudia Talancón y todo un catálogo de clichés importados del cine de terror japonés, incluida la ya gastada rutina del pálido fantasma femenino con pasado trágico, con la diferencia de que ésta no chorrea agua.
Después de ver esta masiva y poco llamativa posesión de teléfonos celulares —acuérdense que por la clasificación de la película no hay sexo, ni sangre, ni habla soez—, uno sólo puede divagar y especular si Edward Burns actuó anestesiado, si estaba consciente de la porquería que estaban filmando, o bien sobreanalizar aspectos como la buena cuna del espectro que entodo momento tiene la gentileza de avisar con tiempo a sus víctimas que piensa asesinarlas y dejarles, luego de cometer sus horribles homicidios, un caramelo en la boca.
El tedio y la ausencia de genuinos sobresaltos embotan a tal grado el cerebro que uno no advierte sino hasta mucho rato después de terminada la película que en la pantalla de los celulares aparece la leyenda "llamada perdida" cuando en realidad el mensaje debería indicar llanamente que alguien ha dejado un nuevo correo de voz.
Alguien que mínimamente se preocupa por los detalles entendería fácilmente la diferencia, pero tampoco habría que exigirle mucho a un guion que se toma en serio y entre cuyos diálogos más acabados se encuentra la frase "Si alguna persona muerta llama, no estamos en casa". Evítense el aburrimiento; si alguien los llama y los invita a ver esta cinta, cuélguenle. |