MAR ABIERTO

DIRECCIÓN: Chris Kentis
TÍTULO ORIGINAL: Open Water (2003)
PAÍS: Estados Unidos
GUION: Chris Kentis
FOTOGRAFÍA: Chris Kentis, Laura Lau
MÚSICA: Graeme Revell
DURACIÓN: 79 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Luego de su estreno en México Diario Monitor describióMar abierto como “una película más de tiburones asesinos que merodean los mares y que son molestados por dos vacacionistas que deciden emprender la aventura de los juegos acuáticos en aguas de algún océano”. Una tontería. Primero, porque los tiburones no “merodean” los mares, viven en ellos. Segundo, porque si bien el filme está basado en una historia sencilla, no se puede ser tan simplista.

Mar abierto es una película de bajo presupuesto, filmada sin efectos especiales, sin una gran producción detrás —muy en la línea del movimiento Dogma—, que logró el premio del público en el Festival de Sundance 2004.

Basada en hechos reales, sucedidos en 1998, en Australia, cuando dos buzos norteamericanos fueron abandonados en mitad del océano por un error, esta historia sigue a Daniel y Susan, una pareja adicta al trabajo, cuya relación ha comenzado a deteriorarse levemente gracias a su estresante modo de vida, por lo cual han decidido tomar vacaciones en el Caribe.

Luego de su primer día de descanso, ambos deciden embarcarse con una veintena más de viajeros para una sesión de buceo, mar adentro, en las cercanías de un arrecife. Circunstancias a bordo del bote y la negligencia de los responsables de la expedición ocasionan que la embarcación regrese a tierra sin el matrimonio, que al salir a superficie se encuentra en medio de la nada, sin ningún punto de referencia que les indique dónde están respecto al lugar de donde salieron.

De ahí en adelante, el público se vuelve testigo del miedo más auténtico que pueda experimentarse, totalmente alejado de lo que en los ochenta y noventa se denominó terror y que no eran más que orgías de sangre a manos de un psicópata. El simple sentimiento de flotar a la deriva a sabiendas de que la corriente los lleva más lejos de la tierra, la cercanía de los tiburones, el contacto con ellos y el paso de las horas que va tornando todo más y más oscuro, producen una angustia genuina.

El foco de atención, sin embargo, no está en la hora en que habrán de ir a su rescate, sino en la suma de todos esos miedos. La primera frase de “no soporto no saber qué hay abajo de mí”, produce una incertidumbre que deviene espanto con la aparición de las aletas asomándose sobre el agua: tiburones (llamarles “tiburones asesinos” es una tarugada) que lejos de ponerle fin a todo de inmediato, desaparecen, casi imponiendo una tregua, alargando la agonía.

Es entonces cuando ella dice: “No sé qué es peor: verlos o no verlos”. Para uno como espectador, lo peor es no ver más que agua y darse cuenta que la opción del salvavidas está clausurada. ¿Adónde ir entonces?
 
 
 
 
       

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