LA MOMIA: LA TUMBA DEL EMPERADOR DRAGÓN

DIRECCIÓN: Rob Cohen
TÍTULO ORIGINAL: The Mummy: Tomb of the Dragon Emperor (2008)
PAÍS: Estados Unidos, Alemania, China
GUIÓN: Alfred Gough, Miles Millar
FOTOGRAFÍA: Simon Duggan
MÚSICA: Randy Edelman
DURACIÓN: 112 minutos

 
 
 
 
   
 
 

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Otra cinta cuyo desdén por una historia coherente es claro, que no encuentra forma de sostenerse sino por la vía de efectos visuales que, por cierto, ya no hacen ninguna diferencia. La Momia: La tumba del Emperador Dragón es junto con la cuarta parte de Indiana Jones y Viaje al centro de la Tierra una inútil y a estas alturas desgastante inversión de tiempo en un espectáculo sin sustancia ni novedad.

Tras darse cuenta que usar Egipto una vez más como escenario pudiera parecerle demasiado a alguien, los productores y guionistas decidieron llevar esta vez a sus protagonistas Rick y Evelyn O'Connell (Brendan Fraser y Maria Bello) a China, justo donde su hijo ha desenterrado la figura en arcilla del emperador Han (Jet Li), objeto de una antigua maldición que lo condenó a regir un ejército sin vida de terracota.

La cinta es un despropósito no sólo por su absoluta incapacidad para ofrecer algo —cualquier cosa— medianamente novedoso, sino porque la línea argumental va construyéndose caprichosamente mientras la película avanza, aportando conflictos y soluciones, según convenga.

Es un trabajo pobre como filme de aventuras, porque entiende la espectacularidad no como un eficiente montaje en el que actores y recursos visuales se integran para darle sentido a la acción dentro de un relato. Rob Cohen ensucia la pantalla; llena la escena de confusión y acción frenética como si ello fuera suficiente. ¿Qué interés puede tener la batalla de dos ejércitos computarizados si no puede concluirse a qué bando pertenecen los caídos ni la matanza monumental parece hacer una diferencia numérica?

Resulta igual de difícil hablar del desempeño como villano de Jet Li, en tanto que durante casi dos tercios de lo que dura el filme no es más que una figura de arcilla creada digitalmente, que se "descarna" a cada paso, y cuando por fin se le ve materializado de carne y hueso, el guion le otorga la facultad de transformarse en bestia.

Podría decirse que cada uno de los elementos que juegan en favor de los protagonistas de esta innecesaria secuela son algo más que providenciales, pero creo que el término correcto debería ser gratuitos y faltos de imaginación; hay, además, algo que el departamento de efectos especiales no puede remediar y es la falta de química entre los personajes y la falta de alma propia de este proyecto tan parecido a otros tres o cuatro que hemos visto en el último año. Yo al menos estoy indigestado de ver enormes muros de piedra moviéndose como si fueran la puerta automática de un centro comercial.

 

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