Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Con todo y la polémica que se intentó crear de cara a su estreno, un cartel ciertamente provocador en el que se ve una imagen guadalupana hecha de cocaína, y la argucia de la que parece haberse valido el director para conseguir el permiso de la Iglesia para filmar en la Basílica de Guadalupe, Morenita, el escándalo apenas alcanza a ser un thriller aceptable, debido a que su historia pierde fuerza y verosimilitud al paso de los minutos.
Bellamente fotografiada (quizá de lo mejor que hayamos visto en el año), la cinta se ocupa del hipotético robo del ayate de Juan Diego, a manos de un joven, Mateo (Horacio García Rojas), nieto del jefe de seguridad de la Basílica (Ignacio López Tarso), quien busca pagar una deuda a un narcotraficante a quien tiempo atrás ayudó a pasar droga a Estados Unidos usando cientos de palomas mensajeras.
Ubicada en el terreno de la ficción completa, la trama mantiene un nivel bastante digno durante 40 minutos, pese a usar esquemas demasiado conocidos o folclóricos del mundillo de los narcotraficantes. Vale decir que el recurso de las palomas volando sobre la frontera y el retraso que sufren en su trayectoria a San Diego introducen un pequeño giro de suspenso que llega a ser mucho más efectivo, por ejemplo, que la secuencia en que el robo de la imagen tiene lugar.
Lejos de mostrar una mayor imaginación en lo que se pretende es un hecho sin precedentes, la trama se torna pueril en exceso; la situación parece concebida con demasiada ingenuidad o muy poco sentido común (el sólo proponer la idea de que la Iglesia se niegue a usar una réplica de la tilma y cerrar las puertas de la Basílica antes que engañar a los feligreses, parece un mal chiste).
Las posibilidades argumentales del robo de una imagen sacra de tal valor de cambio, parecen merecedoras de un tratamiento más audaz; sin embargo, las decisiones de Alan Jonsson Gavica son pésimas en ese sentido. Morenita se vuelve casi una comedia de policías caricaturescos y situaciones que podrían ser verdaderamente graciosas (como el teletón para salvar la imagen de la Virgen de Guadalupe) si no fuera porque el tono serio sigue presente.
Al final, no existe mayor osadía en este primer largometraje como realizador de Jonsson, quien al final se mantiene en los márgenes del temor reverencial por los iconos religiosos (si no es que por la jerarquía católica). A quien sí hay que reprocharle es a la distribuidora Artecinema por no haber tenido el valor de poner su nombre como empresa distribuidora en el cartel promocional de la película, curándose en salud ante el posible repudio a la película por parte de los católicos de este país. |