Juan Carlos Romero Puga | @un_periodista
Existe un primitivo mecanismo de defensa que permite al cuerpo humano mantenerse alejado de lo nocivo. De cuando en cuando, la sobreexposición a los medios actúa como un sutil anestésico, lo cual explica que programas como los que pueblan la barra de TV Azteca, libros como Cañitas, de Carlos Trejo, y cine como el de Fernando Sariñana y otros imitadores que le han salido en los últimos años, tengan éxito.
Por supuesto exagero, pero es una forma de decir que nada del catálogo de este director mexicano me resulta atractivo como no sea para provocarme una embolia.
Hay una parte que no puedo discutir del texto de Héctor Campio, publicado en este mismo espacio, aunque me parezca el “elogio” de una película que el cine mexicano debería lamentar; Sariñana es un director efectivo, que conoce a su público y conoce como pocos la taquilla. Es cierto, Columbia Pictures no se equivocó como productora porque Niñas mal será un éxito, o al menos así lo indican los 17 millones de pesos que recaudó en su primer fin de semana en la cartelera.
Sin embargo, en el plano más importante, lo que se ve y se escucha en pantalla no vale la hora y media de tolerancia que exige el largometraje. Sus personajes son cinco chicas mayores de edad que se comportan como si tuviesen 13 años y a quienes sus padres envían a una academia, más propia del franquismo español que del México del siglo XXI, en la que una mujer (Blanca Guerra) sacada de los tiempos del ex regente Ernesto P. Uruchurtu imparte clases de feminidad y buenos modales.
Con excepción de Adela (Marta Higareda), que se cree una artista transgresora por el simple hecho de quedarse en calzones a la menor provocación, decir groserías y ser arrestada con cierta frecuencia, el resto de las niñas malas de esta historia tienen muy pocas cosas interesantes que decir o contar.
La mitad del tiempo, la película parece un capítulo de Cándido Pérez. Rafael Sánchez Navarro, supuesto padre de Adela y senador candidato al gobierno de la ciudad, parece una mala copia de Jorge Ortiz de Pinedo, sobreactuado, dos tonos más arriba de lo que requiere el papel. Zaide Silvia Gutiérrez hace a la sirvienta altanera que arranca risas fáciles y que hemos visto decenas de veces ya. Del resto, sólo Blanca Guerra se salva, pues su personaje de Maca Ribera al menos se siente orgullosa de sus valores conservadores y no los esconde tras una máscara de hipócrita buenaondez.
Por eso es una mentira decir que en Niñas mal su director y guionista se las ingenian para hablar tangencialmente de temas como la política y la homosexualidad. En lo particular, el que Ximena Sariñana aparezca durante 90 minutos con unos audífonos en las orejas y luego se los saque una vez en toda la cinta para decir “soy gay”, parece de lo más gratuito e innecesario. La verdad es que este hecho sólo se explica a la luz de un dedazo del director para darle un papel a su hija, a quien de paso le cumple el capricho de usar la cinta para lanzarse como cantante.
Por eso, la frase promocional de “Las niñas bien van al cielo. Las niñas mal van a donde les da la gana” está muy bien para vender camisetas en el Festival Cervantino, pero no para un filme soso, sin inventiva sobre un mundo que existe cuando mucho en el mundillo de las guionistas. Dice Héctor Campio que Niñas mal no es una cinta para intelectuales. Caray, no lo habríamos adivinado nunca. |