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Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Con un último giro en la historia, tres minutos antes del final de No se aceptan devoluciones —su película debut como cineasta—, de pronto Eugenio Derbez tiene al público en sus manos, mudo y conmovido hasta las lágrimas mientras los créditos finales comienzan a correr. Veinticinco días después de su estreno es incuestionable el éxito; la cinta ha roto la taquilla al recaudar 45.8 millones de dólares sólo en México y Estados Unidos, pese a que sólo esos tres minutos son capaces de sorprender o de hacer una real diferencia respecto del resto.
Con numerosos elementos reconocibles en otras cintas como The Kid (Chaplin, 1921), El bombero atómico (1950), Kramer vs. Kramer (1979) o Yo soy Sam (2001), la película del comediante mexicano comienza cuando Valentín (el propio Derbez) recibe la inesperada visita de Julie (Jessica Lindsay), una joven estadounidense y vieja conquista, quien lleva consigo a una bebé de un año llamada Maggie, la cual —le informa— es su hija.
Julie se escabulle y desaparece dejándole el paquete a Valentín, quien decide viajar a Los Angeles para intentar encontrarla y devolverle a la niña. Pero eso no sucede. Seis años después, Valentín se ha convertido en un buen padre y sigue viviendo con Maggie, mientras trabaja como doble de cine, haciendo las escenas de peligro a las que otros profesionales no se atreven. Es hasta entonces que Julie reaparece en la vida de ambos, dispuesta a recuperar el amor de su hija y a pelear por su custodia.
No se aceptan devoluciones arrastra durante su primera media hora el enorme lastre de un Eugenio Derbez que se niega a soltar su personaje televisivo y que ante la oportunidad de exigirse más y exigirle también a su público, apuesta a la segura, aferrándose a las risas fáciles, probadas una y otra vez en los sketches de sus programas unitarios. De pronto, la pieza da un vuelco para convertirse en una telenovela en toda la línea, con acentos musicales y close ups a rostros afectados que subrayan un dramatismo que no está seguro de serlo.
Ahí se encuentra el que quizá sea el mayor defecto del filme, en la falta de fe del director en su público y en su propio material, en la absurda necesidad de romper sus momentos más importantes con un chistorete o un albur que no viene al caso, en las apariciones fugaces de personajes conocidos que por más simpáticos que resulten no aportan, en detrimento de una historia en la que falta una mayor lógica narrativa.
Con todo, hay elementos tan valiosos como el descubrimiento de la pequeña Loreto Peralta, quien se roba la cinta con su naturalidad en el rol de Maggie y las secuencias animadas que intentan mostrar el mundo que la niña imagina a partir de las cartas que recibe de su mamá. Desgraciadamente, el humor y el melodrama televisivo de los que tanto abreva esta película, lastran lo que podría haber sido una idea mejor ejecutada y más perdurable. Que el éxito en taquilla ya lo tiene. |
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