NOCHES DE TORMENTA

DIRECCIÓN: George C. Wolfe
TÍTULO ORIGINAL: Nights in Rodanthe (2008)
PAÍS: Estados Unidos, Australia
GUION: Ann Peacock y John Romano; basado en la novela de Nicholas Sparks
FOTOGRAFIA: Affonso Beato
MÚSICA: Jeanine Tesori
DURACIÓN: 97 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Como bien escribe Fausto Ponce en su crítica de este viernes en El Economista, Noches de tormenta es una película para corazones fáciles. Dirigida por el debutante George C. Wolfe, la historia no guarda ninguna sorpresa y está telegrafiada desde las imágenes que pueden verse en el trailer oficial.

Adrienne (Diane Lane), una mujer con dos hijos y separada desde meses atrás de un esposo que la ha engañado, decide tomarse unos días sola para cuidar una posada de playa propiedad de una amiga. Con una tormenta en puerta, nadie parece tener intenciones de acercarse al mar; sin embargo, Paul (Richard Gere), un médico que viene huyendo de una pequeña tragedia personal, aparece en el lugar con la idea de encerrarse consigo mismo y terminar una amarga tarea pendiente en el pueblo cercano.

No hay mucho más. Después de su aparición en Infidelidad (Adrian Lyne, 2002), cualquiera habría confiado en Diane Lane y Richard Gere para sacar adelante un nuevo proyecto y asegurarle cierto éxito. Sin embargo, el guion de Noches de tormenta se ahoga en los convencionalismos, se conforma y se complace con el encuentro de dos personajes demasiado tristes que son redimidos y salvados por el amor.

La identificación de estos dos seres humanos en crisis, evoluciona por necesidades de ese guion artificioso hasta convertirse en no más de tres o cuatro días en un plausible pero poco creíble romance, acaso producto de la intoxicación por los bellísimos paisajes de la costa de Rodanthe, en Carolina del Norte.

Si bien el problema puede estar en la fuente original, es decir, la novela de Nicholas Sparks —autor también del libro en el que se basa Diarios de una pasión (Nick Cassavettes, 2004)— el guion y la dirección son incapaces de atenuar el tono dulzón que termina arrastrando todo en la cinta. Las cartas de entusiasmado lirismo que se escriben los protagonistas, las reconciliaciones entre padres e hijos y el cliché del médico guapo que termina salvando niños en Indochina son demasiado para un estómago delicado.

El filme pierde por completo su inicial sobriedad y su segunda mitad persigue todo el tiempo conmover al espectador con cualquier cantidad de recursos. El director pretende que uno cierre los ojos y se disponga a ser embaucado; lo mismo cambia el estado del tiempo y desaparece un huracán, que acelera el servicio de correo en pueblos marginados del Ecuador donde no llega ni un antibiótico. Todo en nombre del amor.

 
 
 
 
  

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