PECADOS DE MI PADRE

DIRECCIÓN: Nicolás Entel
TÍTULO ORIGINAL: Pecados de mi padre (2009)
PAÍS: Colombia, Argentina
GUION: Nicolás Entel, Pablo Farina
FOTOGRAFIA: Patricio Suárez, Mariano Monti
MÚSICA: Diego Gutman
DURACIÓN: 94 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Estremecedor por la claridad con la que habla del ascenso del asesino, abundante en los documentos en audio y video que exhiben la sevicia con la que el narcotraficante Pablo Escobar imponía sus reglas a la sociedad de todo un país, Pecados de mi padre hace un recorrido por un capítulo vergonzoso y lleno de dolor de la historia de Colombia en el cual es imposible no ver trazas de nosotros.

Es probable que esta suerte de reportaje histórico del argentino Nicolás Entel sea una de las piezas que mejor permiten comprender a los no colombianos, la época de terror que se inició luego de que Escobar, quien ocupaba un asiento en el Senado y actuaba tras la fachada de empresario, fuera denunciado y públicamente exhibido por el periodista Guillermo Cano y el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, como líder del poderoso cártel de Medellín.

El documental es generoso en las imágenes contrastantes; el hombre que en los primeros minutos aparece inaugurando canchas de futbol en los barrios pobres de Medellín y levantando un vecindario sobre lo que antes fue un enorme basurero, nos es presentado más adelante como el responsable de hacer estallar en pleno vuelo un avión de la aerolínea Avianca y asesinar durante un mitin al candidato presidencial Luis Carlos Galán.

El manejo de la información y la edición del material en Pecados de mi padre es notable, pero la entrada al juego de un segundo personaje es definitiva; se trata del hijo del capo, Juan Pablo Escobar —hoy llamado Sebastián Marroquín—, quien, decide hablar, reconstruir el retrato de su padre y acompañar el relato con su versión de cómo los peores años del narcoterrorismo terminaron por alcanzarlos en las enormes propiedades del capo, donde había millones de dólares y nada que comer.

Entel no sólo logra una catársis colectiva al poner frente a la cámara al hijo del narcotraficante más sanguinario de Colombia y conseguir de él una renuncia rotunda a la herencia vergonzosa de Escobar, al aceptar mirar cara a cara a los hijos de las víctimas. El documental aporta lecciones sobre el lento proceso de descomposición que permitió a un criminal tener un puesto en el Congreso, usar su poder de facto para modificar leyes e incluso construir la propia prisión en la que le permitió al gobierno tenerlo, pero desde la cual supervisaba sus cargamentos de droga y ordenaba la ejecución de sus enemigos.

México no es Colombia, no lo será. Sin embargo, es fácil reconocerse en varias de las astillas de ese espejo; basta con mirar las alianzas que el narcotráfico ha trabado con el poder público, su poder corruptor y silenciador; ahí están su base social y sus territorios. Andamos un camino distinto al colombiano, pero los riesgos y las tentaciones nos amenazan, están ahí.

 
 
 
 
       

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