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Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Fundar un movimiento sobre el recuerdo de un personaje respetado con el que no se tiene la más mínima semejanza. Creer dogmáticamente que no hay más mundo que el que uno ve, recelar del otro y tachar de perversos o traidores a quienes no se alineen a esa visión miope del mundo. Incendiar las plazas con un discurso de rencor en el que sólo hay oprimidos y opresores, volver las revanchas personales una épica del pueblo y envilecer a los otros con sus odios.
El planeta de los simios: confrontación tiene en el corazón de su historia, la guía del tirano, capaz de lograr la aclamación desde los simplismos de la retórica populista, la cual se afianza gracias a que en la otra trinchera abundan las expresiones fanáticas, los prejuicios que les niegan dignidad y excluyen violentamente a los diferentes.
La película de Matt Reeves comienza unos diez años después de la primera secuela, luego de que una pandemia ha ocasionado millones de muertes humanas y colapsado las instituciones mundiales, de modo que sólo quedan grupos reducidos que viven en comunas fortificadas. Mientras tanto, la población de simios inteligentes —producto de un experimento originalmente diseñado como una posible cura para el Alzheimer— sigue aumentando.
Entre ambos grupos existe una paz frágil que sólo es posible gracias a que se mantienen alejados los unos de los otros, pero principalmente a la visión de líder de César (Andy Serkis), para quien lo más importante es el futuro y la cohesión de los suyos, su enorme familia de primates, mientras que, aislados y sin energía para sus necesidades, los humanos tienen que adentrarse en territorio de los simios, donde hay una pequeña hidroeléctrica, para pedir paso a los nuevos dueños de la tierra.
Reeves saca la vuelta al planteamiento espectacular para centrarse en el relato ético y la necesaria política que deben emplear los líderes de ambos bandos para conseguir beneficios mutuos sin enfrentarse e iniciar una matanza. Pero para ello, más que la presencia en pantalla de un actor con una máscara de látex, necesita la vehemencia de un intérprete como Serkis, quien aun maquillado con tecnología digital, es capaz de emocionar con su no humanidad y poner de su lado a los de la otra especie.
Fábula política, al fin y al cabo, el enemigo común de hombres y simios en esta historia son los individuos capaces de reventar negociaciones con su arrogancia y truncar el establecimiento de reglas civilizatorias, llevando a los otros a una batalla por sus derechos. Con todo, no faltan las secuencias de acción y las hostilidades que exige el cine veraniego con todo y el impresionante plano en que vemos a un simio enardecido tomar la torreta de una tanqueta de combate, volar con ella cualquier puente entre ellos y los hombre, y, al mismo tiempo, sepultar sus incipientes rasgos de civilización. |
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