Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Hay un matiz que distancia al avaro del tacaño, porque mientras el primero se distingue por su avidez por acumular posesiones, el tacaño es mezquino, falto de empatía e incapaz de procurarse comodidad alguna aun si eso le implica deshacerse de un centavo.

François Gautier (Dany Boon) pertenece claramente a este segundo tipo de personas, sin el menor atisbo de generosidad, miserable hasta consigo mismo, pese a que tiene un talento notable e ingresos como violinista en una orquesta. Los elementos bastan al director Fred Cavayé para construir una comedia de situaciones que rayan en lo caricaturesco por el extremo patológico que logr tocar su protagonista.

La historia apunta constantemente a la redención del personaje, en la medida en que aparece en el horizonte la oportunidad de lograr algo con una bella chelista, compañera de trabajo (Laurence Arné), y la aparición imprevista de una hija adolescente (Noémie Schmidt) que ha vivido idealizándolo como un altruista que se da a sí mismo a la causa de salvar niños huérfanos en México.

Lo mejor que puede pasarle a la película en ese punto es que decepciona sobre su rumbo y traiciona la expectativa de su público, sacando provecho de la expresividad de Boon para mostrar que pese a conmoverse genuinamente durante un acto de caridad o tener interés genuino en una mujer que lo encuentra encantador, aun es capaz de varias bajezas culposamente hilarantes.

Inevitablemente, la cinta tira al final hacia un desenlace idealizado, dulzón, que no termina de opacar los grandes momentos de su protagonista, como las pesadillas que experimenta despierto durante una cena romántica que tendrá que pagar o los momentos en que cuenta sus problemas a su muy poco convencional terapeuta.