QUISIERA SER MILLONARIO

DIRECCIÓN: Danny Boyle, Loveleen Tandan
TÍTULO ORIGINAL: Slumdog Millionaire (2008)
PAÍS: Reino Unido, Francia, Estados Unidos
GUION: Simon Beaufoy; basado en la novela "Q & A" de Vikas Swarup
FOTOGRAFÍA: Anthony Dod Mantle
MÚSICA: A.R. Rahman
DURACIÓN: 120 minutos

 
       

Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

Si bien en su primera mitad Quisiera ser millonario le dedica una mirada amable aunque no exenta de cierta crudeza a la miseria de la India y da cuenta del impacto de Occidente en la cotidianidad de la sociedad india, en general se trata de un cuento de hadas. Un cuento de hadas, eso sí, que habla de abuso infantil y brutalidad policiaca.

A través de una narrativa fracturada, pero coherente y funcional de principio a fin, Danny Boyle nos hace conocer a Jamal Malik (Dev Patel), un joven sin educación, huérfano desde muy pequeño y empleado menor de un call center, quien es torturado por la policía de Mumbai. El muchacho es concursante del programa de televisión Who Wants to Be a Millioinaire, apenas sabe leer, pero está a una pregunta de ganar 20 millones de rupias; hay (y no podría ser de otra forma) una sospecha de fraude.

La trama plantea cuatro opciones: a) hizo trampa, b) tuvo suerte, c) es un genio, y d) está escrito; pero tres de ellas son rápidamente descartadas para dar paso a la explicación que se arma a través de recuerdos significativos de la niñez y adolescencia de Jamal, los cuales llevan a cada una de las respuestas que le plantea el concurso.

El relato pierde toda sorpresa, pero se sostiene sorprendentemente en las actuaciones de un puñado de niños y jóvenes que interpretan en diferentes edades al propio Jamal, así como a su hermano Salim y a su amor infantil, Latika, lo mismo que en los pasajes agridulces en los que se les ve aprendiendo de la dureza de la mendicidad ("los cantantes ciegos ganan doble"), sirviendo de guías de turistas en el Taj Mahal y nadando en la mierda de una letrina para conseguir un autógrafo.

Sería injusto si dijera que no me gustó la cinta, porque es imposible resistirse a su encendida paleta de colores y a los contrastes que marca la modernidad sobre Mumbai. Sin embargo, no deja de haber bajo la superficie algo que molesta y que apesta a discurso reivindicador. La escena en la que el pequeño Jamal, maltratado por un policía, dice a un turista que lo que acaba de ver es una muestra de "la India auténtica" y se ve a un estadounidense regalarle un billete de 100 dólares como una muestra de la auténtica Norteamérica, no puede ser vista sino como de un maniqueísmo insultante.

De ahí que Slumdog Millionaire no pueda ser vista sino como una fábula optimista que corre todo el tiempo hacia el happy end, pero con mucha menos sordidez que el texto original. Desafiando el materialismo tan propio del mundo occidental, el protagonista —que llegado a cierto punto no sólo aparece convertido en una celebridad, sino en un modelo aspiracional— está en el programa no por el dinero y el confort que éste da, sino como una forma de acercarse a la mujer que quiere. Por eso, el elemento decisivo, la gran respuesta tenía que provenir de una fantasía literaria.

Merecidamente, Boyle tiene por fin una película aplaudida, pero quizás no la mejor en su filmografía.

 
 
 
 
       

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