Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Las cintas navideñas tienen por lo general tramas pobres. En la mayoría de ellas el imperativo es salvar la Navidad (lo que sea que eso signifique), así que el protagonista debe tomar el lugar de Santa Claus y llevar juguetes a todos los niños del mundo, lo que usualmente lo reivindica frente a su familia por todas su ausencias y errores del pasado. No obstante, son raras las que tienen como eje un mensaje tan descaradamente consumista como El regalo prometido, de Brian Levant.
Rígido como una figura de plástico, Arnold Schwarzenegger interpreta a Howard Langston, un padre de familia adicto al trabajo cuyo pequeño hijo comienza a odiarlo por todas sus promesas rotas. La época de fiestas se presenta, sin embargo, como el momento perfecto para compensarle al chamaco cada una de las veces que lo ha defraudado. Como ya se sabe, las heridas emocionales de la infancia se sanan con un muñeco caro, así que el padre ausente buscará su redención en un juguete de moda.
Así, en plena víspera de Navidad, Langston inicia la búsqueda desesperada de una figura de TurboMan, que para ese momento se ha esfumado de todos los centros comerciales y jugueterías de la ciudad. Tras enfrentarse a decenas de compradores violentos, finalmente se engancha con otro padre desesperado en una competencia casi homicida por conseguir la última pieza disponible y demostrarle a sus respectivas familias que no son unos fracasados y que Navidad no es sólo otra oportunidad para fallarle a sus hijos.
Con todos esos elementos, Brian Levant elabora una comedia de enredos (intermitentemente entretenida) que se queda sin ideas demasiado pronto, de manera que todo se agota en la reiteración de persecuciones de varios minutos y canalladas cometidas entre consumidores que están realmente convencidos de que el éxito o el fracaso de sus hijos en la vida está determinado por los juguetes que reciben en su infancia.
La sobada lección de que el amor familiar vale más que cualquier regalo llega demasiado tarde, bastante pisoteada por las acciones egoístas con los que casi todos los personajes traicionan el espíritu de la temporada. "Este podría ser el fin de la civilización tal como la conocemos", dice un locutor de televisión en medio del frenesí navideño. Y sí, por momentos la mínima posibilidad de no conseguir el producto de moda parece el fin del mundo para el protagonista de esta historia. |