Juan Carlos Romero Puga | @jcromero

En 1985 se estrenó en México una película constituida por cinco historias cortas dirigidas por igual número de directores con un guion de Pedro F. Miret. Se llamaba Historias violentas y en la mayoría de sus capítulos había algo del absurdo cotidiano de la Ciudad de México tanto como un acercamiento a la neurosis y la ira contenida de muchos de sus habitantes. A su manera, los realizadores ponían en escena la idea de Octavio Paz de que el mexicano “atraviesa la vida como desollado” porque todo puede herirle, “palabras y sospecha de palabras”.

Relatos salvajes, del argentino Damián Szifron —cinta seleccionada por Argentina para competir por una nominación al Oscar— borda sobre una idea similar. Su trabajo conformado por seis breves historias tiene enormes cualidades: se trata de relatos con giros inesperados que tienen como eje las grandes explosiones de violencia de ciudadanos comunes, generadas por la frustración, así como la actitud pasivo agresiva desplegada lo mismo en la carretera por dos conductores, que en una oficina de tránsito o la antesala de una empresa.

El director consigue que sus historias tengan un tono consistente y personalidad propia; no hay capítulos flojos sino que una va superando al otro mediante detalles inesperados y vueltas de tuerca que hacen del conjunto una gran celebración del enojo. Llena de recursos, generosa en sus imágenes y en un reparto muy parejo en su desempeño, Relatos salvajes tiene además un sutil discurso social y de clase, hurga en las tripas del espectador y lo hace identificarse con los personajes; le muestra sus deseos de venganza, sus dobleces morales y aun su ridículo ciberactivismo de catarsis.

Se trata, pues, de una comedia sobre la pérdida total de control a partir de varios detonantes (la burocracia, la infidelidad, las cuentas pendientes, los roces y choques cotidianos), que encuentra su humor en las formas ridículas que estos humanos eligen para canalizar toda su ira, abandonando los márgenes de las convenciones sociales con una locura digna de un capítulo de aquel serial televisivo de Alfred Hitchcock Presents.