Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Benjamín Espósito (Ricardo Darín) acaba de jubilarse como empleado de un Juzgado de Instrucción en Buenos Aires y ha decidido empezar a escribir una novela sobre un caso del que conoció en el año de 1974, la violación y el asesinato de una joven ocurridos en los días en que los argentinos comenzaban un periodo de inestabilidad que se convertiría en una larga noche de violencia.
En su novela, sin embargo, Benjamín hace más que revivir las circunstancias de aquel crimen, la búsqueda del asesino y los detalles de una investigación manchada por la corrupción. Su relato va abriendo las páginas de un periodo amargo de su país y de la propia bitácora personal, donde trata de explicarse los acontecimientos y las decisiones que hicieron que su vida se volviera un paréntesis prolongado y vacío.
Su necesidad de volver 25 años atrás radica en explicarse no el rumbo de aquella causa judicial, sino los remordimientos y la culpa por todas las cosas que perdió y a las que renunció, incluidos su amigo Sandoval (Guillermo Francella) e Irene (Soledad Villamil), su compañera y jefa en el juzgado, para quien nunca tuvo la frase que les habría cambiado la vida a ambos.
El secreto de sus ojos es una historia que transcurre en dos tiempos, que va y viene a lo largo de veinticinco años, con un guion brillante, lleno de humor y de calidez, construido sobre metáforas enunciadas con total convicción por un modesto elenco encabezado por Darín (¿Cómo se hace para vivir una vida vacía? ¿Cómo se hace para vivir una vida llena de nada?), Villamil ("mi vida entera fue mirar para delante. Atrás no es mi jurisdicción; me declaro incompetente") y un Guillermo Francella cuya actuación está por encima de cualquier calificativo.
Juan José Campanella usa el relato policial como pretexto para tomar descuidado a un público que termina doblegado con la historia de amor entre la pareja protagonista que llega por su tono desesperanzado, por sus dolorosas y melodramáticas despedidas en la estación del tren, reprochadas veinticinco años tarde, y por todo lo que dicen las miradas y los silencios entre ellos.
A veces la historia no es tan importante, sino cómo te la cuentan; la forma en que el narrador —canalla— te hace entrañable a cada uno de los personajes y luego te quita al más querido de ellos, la manera en que te describe un plano secuencia en el que vuelas por encima de un estadio de futbol hasta posarte en una de las tribunas, y finalmente, el suspiro que te hace contener cuando te deja su relato en puntos suspensivos y te describe una puerta cerrándose, sin que sepas nunca lo que las dos personas tras de ella se dijeron.
Una cinta para recuperar la fe en el cine. |