Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Siete almas es uno de esos dramas abiertamente manipuladores que generan lágrimas fáciles a través de la dolorosísima redención de su protagonista, y que exaltan la culpa como cualidad transformadora del ser humano en lugar de presentarla como pesado lastre.
Su protagonista, Ben Thomas (Will Smith), es un agente del servicio federal de impuestos de Estados Unidos, marcado por un trágico evento, al cual vemos meterse en la vida de un vendedor ciego, una mujer latina golpeada por su novio, una joven que necesita un transplante de corazón y un entrenador de hockey al que le urge un riñón nuevo, entre otros más, con el objetivo de cambiar drásticamente sus circunstancias.
Decir algo más acerca del desarrollo dejaría al descubierto no sólo los detalles que dan sentido a toda la película, sino lo artificial del planteamiento. Confusa en su inicio —se ve a Will Smith llamando al 911 para reportar su propio suicidio—, la historia va adquiriendo sentido a partir de varios flashbacks que el director introduce probablemente para enriquecer una trama que de ser conducida con una estructura líneal no sería mejor que un teledrama.
Todo el problema de Siete almas está, pues, en lo intragable de su premisa central: uno puede conmoverse y ser empático con todo lo que sea genuinamente humano, pero es particularmente difícil identificarse no con un hombre capaz de actos legítimamente heroicos, sino con un sujeto privilegiado, pero lleno de culpas que juega a ser el hijo de Dios.
El doloroso secreto que guarda el protagonista debería ser el centro de interés y el motor mismo de la cinta; sin embargo, la sorpresa que Gabriele Muccino y su guionista pretenden tener guardada es telegrafiada con toda claridad desde los primeros minutos. La perturbación que debería acompañar el descubrimiento de cómo este supuesto empleado del fisco ha decidido "darse a los demás", tampoco existe.
Y es que todo apesta a charlatanería; el perfil de los personajes está diseñado para despertar la mayor lástima posible, el mundo nos es pintado como un sitio frío lleno de desvalidos que deben ser salvados por hipócritas que buscan limpiar sus pecados, no ayudar. Algo muy similar a toda esa basura que escriben los ideólogos del sacrificio como forma de vida y que se presenta cada mañana a manera de pensamientos profundos en la radio matutina. |