Juan Carlos Romero Puga | @jcromero
Julián Pérez (Miguel Rodarte) es un estereotipado narcotraficante sinaloense, quien vive distanciado de su familia, pues su madre reprueba su forma de vida. Enferma y casi a punto de morir, ésta le ofrece perdonarlo si es capaz de rescatar vivo a su hermano menor, un soldado del ejército estadounidense reportado como perdido en combate en Irak.
La premisa argumental no deja lugar a dudas; Salvando al soldado Pérez no puede ser sino una comedia de acción, absurda, desmadrosa, sin modales. El director Beto Gómez, sin embargo, no logra alcanzar nunca el tono que una cinta disparatada como éstas necesitaría para convertirse en algo más que una anécdota efímera en la cartelera; el guion tiene cierta inventiva pero carece mayormente de ironía y audacia.
Pese a sus valores de producción (más de 50 millones de pesos de presupuesto), la blanda comedia (limitada a algunos gags sobre la falta de educación y la ostentación de los narcos mexicanos) tampoco levanta como cinta de acción. Las locaciones, la ambientación e incluso varios de los actores se encuentran por encima de una trama predecible que se hunde en el sopor pese a la espectacularidad de varias de sus escenas.
Lejos de la crítica social que se proponía El infierno, Salvando al soldado Pérez está diseñada más como un pintoresco producto de entretenimiento, que cumple deficientemente con ese propósito. La mitad del elenco luce desaprovechada y es difícil encontrar un elemento que sorprenda dentro de un conjunto que, otra vez, no se sostiene como comedia y cuando bordea el melodrama es anodina.
Cierto, la película no intenta hacer apología, glamorizar el mundo del narcotráfico ni reflexionar sobre la violencia, pero falla en los terrenos que sí se propone triunfar (excepto la taquilla, donde le ha ido considerablemente bien); su humor es en exceso blando y su trama es una broma que se prolonga hasta perder cualquier gracia. |
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